Tres días. Una hora.
Día uno . El carillón del estudio me recuerda que son las doce, doce suaves tañidos. Como la estela de un eco se extinguen con la última campanada. Abro la ventana con dificultad. La palmera empuja obstinadamente sus ramas contra el cristal en una especie de afán por protegerme del exterior. Yo también insisto tozudamente, cojo impulso y consigo doblegarla sin que ninguna de las dos hayamos salido heridas a pesar de mi ímpetu y de sus afiladas agujas. La advertencia cae en saco roto. Yo sigo en mi empeño de dibujar con palabras lo que el ojo me brinda en tenaz silencio. Me asomo al paisaje que, día tras día, veo sin mirar, miro sin ver Describir. Descubrir?. Ése es el juego. Plasticidad y sorpresa, magia en la mirada. Empiezo. Primer plano. Salvado el tosco ramaje mis ojos tropiezan con un muro frío, un muro hostil. A la luz del día su blancura amarillea. Ningún insecto podría anidar en él, quizás con la llegada del verano descubran que es solo un ...