Tres días. Una hora.

Día uno.

El carillón del estudio me recuerda que son las doce, doce suaves tañidos. Como la estela de un eco se extinguen con la última campanada.

Abro la ventana con dificultad. La palmera empuja obstinadamente sus ramas contra el cristal en una especie de afán por protegerme del exterior. Yo también insisto tozudamente, cojo impulso y consigo doblegarla sin que ninguna de las dos hayamos salido heridas a pesar de mi ímpetu y de sus afiladas agujas. La advertencia cae en saco roto. Yo sigo en mi empeño de dibujar con palabras lo que el ojo me brinda en tenaz silencio. Me asomo al paisaje que, día tras día, veo sin mirar, miro sin ver

Describir.  Descubrir?. Ése es el juego. Plasticidad y sorpresa, magia en la mirada.

Empiezo.

 Primer plano.

Salvado el tosco ramaje mis ojos tropiezan con un muro frío, un muro hostil. A la luz del día su blancura amarillea. Ningún insecto podría anidar en él, quizás con la llegada del verano descubran que es solo un atajo por el que llegar a rincones más verdes. Verde es el color que tiñe mi paisaje. El verde siempre frágil de estas tierras, siempre sedientas, se enseñorea en un lienzo de cemento y ladrillo. Detrás de mi palmera protectora y huraña, se alinean discretos tejados que en un guiño compasivo se abren para dejar paso al azul pálido de la mañana, al verde alicaído de los pinos agitados por la brisa. La brisa que juega a confundirme. Los colores de mi retrato cambian con el suave bamboleo. El paisaje se cubre de verdes, verdes que se tornan en amarillos que se tornan en grises que vuelven a verdear. El vaivén de las hojas modifica el paisaje. El resultado final en manos del viento caprichoso. La vida y el tiempo.

Segundo plano

Recorro esta andadura literaria mirando al frente, (toda una declaración de intenciones) Mis ojos solo alcanzan a ver un oscuro seto de aligustres cuya densa frescura exhala luz. A estas horas revolotean ya, en divertida urgencia, gorriones hambrientos a los que desde hace meses alimento puntualmente. A ellos no les importa la hora del Angelus, ni las metáforas, ni los vaivenes de la brisa.  Al descubrir mi presencia se agitan con descaro esperando su ración diaria. El caótico gorjeo hace que, en un acto casi inconsciente, esboce una mueca, recuerdo de lo que antes era una sonrisa.

Día dos.

Acodada en el alféizar de la ventana descanso la fatiga del ejercicio matinal. Los pájaros revolotean ya reclamando la atención a la que los tengo mal acostumbrados. Tampoco saben que la vida requiere de un orden, de unos tiempos, pero a fuerza de vivir entre humanos copian su conducta y rompen las reglas que exige toda disciplina. No sé de dónde vienen, no sé a dónde van cuando han satisfecho su gula, pero me siento vigilada. Acuden en ruidoso jolgorio y se posan en las ramas del tilo, atentos a mis movimientos. Hoy tendrán que esperar.

Mi curiosidad no se detiene. A no más de tres metros descubro un montón de hojas bajo el seto vecino. La brisa de ayer dio paso al viento de la tarde.  Las hojas arrancadas a la buganvilla se arremolinan, de igual a igual, con el borrajo de los pinos cercanos y las del tilo, cada vez más enclenque. La palmera me roza la mejilla en un disimulado intento de entrar en la habitación y descubrir sus secretos. Mientras tomo la determinación de podarle alguna de sus ramas observo, con sorpresa, cómo por su tronco serpentea la enredadera, la misma que ha conseguido llegar a lo alto del seto de mi jardín. Pero, el suyo ¿es abrazo o es asfixia?. Su contoneo me recuerda el título de la película "El abrazo de la serpiente" de Ciro Guerra. Me pregunto si también debo acudir en ayuda de mi vieja palmera.  La hiedra trepa sinuosa por su tronco, exprime la savia con la que crece y aviva su color.

Vuelvo sobre los pasos de mi mirada y me detengo un instante en la jacaranda que, como todas las primaveras, perfumará la calle con sus flores violáceas. Aún no. Aún permanece escuálida junto a la pérgola desnuda, sin toldo, sin tapiz. El sol ha ido arrancándole el barniz que aún cuelga como frágil estalactita. Junto a la mesa de billar cubierta con una malla verde. Junto al farolillo blanco olvidado en un rincón de un jardín en silencio, objetos dormidos a punto de despertar del letargo invernal que completan mi cuadro esta mañana de domingo.

Día tres

Hoy atravieso lo tangible.

Observo otra realidad, otros tonos. Torres de apartamentos que intuyo vacíos emergen de mi horizonte. Ojos cerrados, ojos entornados, quizás por olvido, me hablan del frio húmedo de sus paredes en la oscuridad del invierno. Hay otros pinos, y otras palmeras más esbeltas, como flamencos parados en el río, sobre una sola pata, viendo la vida pasar. Y abrazándolo todo queda el silencio. En días como hoy suele colarse el bramido del mar. Yo no lo veo pero el aire, apenas convertido en brisa, lo trae hasta mí.  El cielo, cubierto de nubes, ha velado el sol. Sin gaviotas, sin zorzales, los vencejos no han llegado aún. Solo gorriones y algún que otro mirlo acuden a su habitual comedero. Yo sé que no lo hacen por llenar de vida tanta quietud, yo sé que no buscan dibujarme una sonrisa ni librarme de los insectos que empiezan a acechar. Lo hacen porque es fácil, porque no tienen que luchar. Ahora me pregunto si no les estaré haciendo seres débiles. Nunca aprenderán que para vivir hay que fracasar y perder y llorar y que, a veces, se sale adelante.

Desde que empecé este juego narrativo presiento que vivo en otro sitio, ya nada es como era hace tres días: los árboles han hundido sus raíces más profundas, las hojas jóvenes se han henchido de savia, las viejas han caído sin esperar al lejano otoño. Se arremolinan en el suelo o son arrastradas por el viento de esta extraña primavera. También el polvo va de acá para allá aferrado a las plumas, a las patas de la incesante pajarería. Nada es inmutable. Ajenos a la mente los ojos nos sumergen en una engañosa penumbra.

Mirar, descubrir, describir, sufrir arrebatos de idealismo que, a veces, coincide con la realidad.

Eva M-B G

 

Comentarios

  1. Es honesto, muy honesto. Es una escritura honesta. "A ellos no les importa la hora del Angelus, ni las metáforas, ni los vaivenes de la brisa. Al descubrir mi presencia se agitan con descaro esperando su ración diaria. El caótico gorjeo hace que, en un acto casi inconsciente, esboce una mueca, recuerdo de lo que antes era una sonrisa." En la primera parte has jugado con las líneas que nos han dado, "comparaciones, adjetivos, primer plano, etcétera", y creo que de forma magistral el tema de lo personal, de cómo nos sentimos. Lo veo en: en un acto casi inconsciente, esboce una mueca, recuerdo de lo que antes era una sonrisa. Es muy sugerente, remite a un yo cansado, desvencijado. Día dos, "Su contoneo me recuerda el título de la película "El abrazo de la serpiente" de Ciro Guerra. Me pregunto si también debo acudir en ayuda de mi vieja palmera", es espontáneo, es un pensamiento espontáneo, ¿verdad? Tercer día, "Desde que empecé este juego narrativo presiento que vivo en otro sitio, ya nada es como era hace tres días", me parecde honesto, como te dije al principio, no solo has narrado si no que te has narrado. Describir un paisaje es decribirse así mismo, pues uno no puede describir sin exponerse. Me gusta, es además hipnótico en la lectura. Me gusta, sí.

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    1. Agradezco mucho tu comentario; me hace pensar que las opiniones suscitan, a su vez, una senda de nuevas sugerencias y nuevos comentarios inagotables. Gracias por tan interesante "diseccion".

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  2. De este escrito lleno de sugerencias que me han atraído, me han gustado mucho algunos pensamientos interiores "Nunca aprenderán que para vivir hay que fracasar y perder y llorar y que, a veces, se sale adelante"
    También ese aire poético y nostálgico.

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