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Mostrando entradas de diciembre, 2023

El punto rojo

"—La tienda de amuletos de la buena suerte se fue a la quiebra, sus dueños, una pareja de hermanos cuarentones esotéricos, pusieron toda la ilusión y esfuerzo posible, pidieron un préstamo avalando sus viviendas, cambiaron a su madre a la residencia más barata de la ciudad, se alimentaron de procesados, y aún con todo eso, no resistieron, nadie entró a la tienda desde la inauguración, y en tres meses tuvieron que echar la persiana. Bueno, hasta aquí puedo leer. Quisiera continuar dando las gracias al jurado del Premio Planeta por haber valorado esta novela amateur, cosa que creo que dignifica al grupo Planeta, que apuesta por la calidad literaria y no por los autores consagrados para asegurar las ventas. Gracias, también quiero decir que... En el foso, los dos responsables del Premio Planeta se quedaron mudos al ver salir a Alfonso Ussía a recoger el premio. —Pero ese no es Alfonso Ussía. —Se llama igual, sí lo es, pero no es el Alfnoso Ussía que pensábamos, nos la han metido Pac

Que sea lo que dios quiera

—Veo que estáis poco habladores, pero de aquí solo uno saldrá sin esposas, mientras que el otro se quedará una temporada acompañándonos. —Miriam cerró la carpeta, cruzó los brazos y apoyó los codos sobre ella—. Estabais los tres en la misma habitación, un disparo, un muerto. Los dos no pudisteis disparar a la vez. Quiero saber quién fue y lo quiero saber ya. Los ojos de la inspectora saltaban de un sospechoso a otro sin pestañear. Ceño fruncido, labios apretados. Felipe, el subinspector que la acompañaba en ese interrogatorio, conocía la manera de proceder de su compañera. La dejaba hablar y contemplaba cómo, poco a poco, las capas de invulnerabilidad de los sospechosos iban cayendo como una torre de naipes. Le gustaba esa parte, disfrutaba con cada pregunta, con cada puesta en escena y con cada gota de sudor que caía resbalando de las frentes de los incautos detenidos que pensaban, de manera equivocada, que serían capaces de torear a aquella mujer de metro sesenta, ojos grises y mele

El último

Era bien entrada la madrugada. Las dos personas en la cama se daban la espalda, resentidos. Solo se escuchaba el reloj de péndulo, marcando el ritmo de pensamientos irritados de cada uno.   — ¿Seguro que no has sido tú? —dijo el hombre—. No pasaría nada. — Ya te he dicho que no, Mariano. No seas pesado y duérmete —respondió la mujer. — Pues alguien ha tenido que ser —dijo el marido con un bufido—. Solo estamos tú y yo. — Pues habrás sido tú, joder. — ¡¿Cómo?! Lucía, yo no he sido, me acordaría y no me acuerdo. — No me vengas con esas, Mariano. La semana pasada bajaste tres veces por agua y tres veces subiste sin ella. Siempre se te olvidan cosas. Tú revisas la comida estos días, seguro que lo utilizaste o te lo comiste en algún momento. Déjalo estar. Mañana bajamos y cogemos más, no te calientes tanto la cabeza —dijo Lucía tajante. — Es que era lo último —comentó en voz baja el hombre—. No hay más.   Lucía se levantó de la cama de

El balcón

El tío Toribio tomaba el sol en su balcón aquella mañana, una pequeña sonrisa asomaba por la comisura de sus labios, muy cerca de allí se oía llorar desconsolado a un niño. El tío Toribio con curiosidad, se levantó lentamente apoyándose en su fantástico bastón, ese que le había comprado su hijo, le servía para todo, desde apoyarse para caminar, hasta abrir un armario que le era inalcanzable, un inventazo como decía él.  Asomó su blanca cabeza, para ver al niño que se encontraba en el balcón contiguo y lo vio en un mar de lágrimas, miraba su juguete totalmente destrozado.    -¿Qué te pasa Pablo?- le preguntó el tío Toribio, el niño levanto su cabecita y  mostrando una carita compungida dijo: - Está destrozado- y arranco con un llanto todavía más desgarrador, cuando de nuevo consiguió articular palabras le dijo: –anoche estuve jugando con él y estaba perfecto ¿verdad mama? - la madre asintió - ¿usted también me oyó verdad tío Toribio?- El anciano asintió, rememorando ese fantástico mom

No he sido yo

- Yo no he sido agente. - Fuiste tú, contestó Ricardo. - Te lo he dicho mil veces, no fui yo, me lo encontré así. El inspector de policía Santiago Pérez que estaba sentado tras la mesa de su despacho miró a los dos hombres que entraban atropelladamente discutiendo y custodiados por el agente Ramírez. - Gracias agente. Sentaros los dos y explicarme qué ha pasado. Vamos, vamos.- - ¡Antonio ha matado a un hombre! Está su cadáver en el bosque, yo le vi al lado suyo y allí no había más personas. - No he sido yo Ricardo. Sólo estaba buscando setas cuando vi un zapato que asomaba entre los matorrales. Me acerqué y...¡Qué horror! Salí espantado. Luego oí ruido, como de unas hojas moverse y grité ¡Socorro! Nadie me escuchó. Volví de nuevo hacia el cadáver, me agaché y vi que tenía un tiro en la sien. Después llegaste tú. ¿ Por qué habría de matarlo yo? ¿Podría haber sido un suicidio, no? - No, Antonio, yo le conocía y sé que jamás se suicidaría. - Pues a mi no me cargues el muerto qu

No es lo mismo

—¿Y qué hiciste? —¿Qué hice? Retuve a Carlos y cuando recogieron sus padres a Álvaro, muy alterado, me quedé a solas con él para hablar. Le pregunté directamente si había sido él. —Y lo negó, claro. —Sí, lo negó. Y se enfadó, o lo fingió, por haberle culpado el primero. Bueno, ¿cómo no iba a pensar en él? Siempre está metido en todos los líos, siempre… Siempre está donde hay problemas, se mete con todo el mundo, es bruto, camorrista, insensible… —Ya. Le conocemos de sobra. —Hubo una conversación entre ellos antes de que Álvaro se fuera. Fue… curiosa. —¿Qué se dijeron? —Mira… Carlos quiere que le llamen Rikon, y todos le llaman así, salvo los profesores. Álvaro empezó: "¿Por qué me has roto la mochila, Carlos?" Y Carlos, con su tono chulesco de siempre le dijo que se llamaba Rikon. Y el pobre Álvaro: "No sé por qué tengo que llamarte así, si sé de sobra que te llamas Carlos. Así te he llamado siempre. No entiendo qué necesidad hay de cambiar nada…" Bla, bla, bla… Emp