No es lo mismo

—¿Y qué hiciste?
—¿Qué hice? Retuve a Carlos y cuando recogieron sus padres a Álvaro, muy alterado, me quedé a solas con él para hablar. Le pregunté directamente si había sido él.
—Y lo negó, claro.
—Sí, lo negó. Y se enfadó, o lo fingió, por haberle culpado el primero. Bueno, ¿cómo no iba a pensar en él? Siempre está metido en todos los líos, siempre… Siempre está donde hay problemas, se mete con todo el mundo, es bruto, camorrista, insensible…
—Ya. Le conocemos de sobra.
—Hubo una conversación entre ellos antes de que Álvaro se fuera. Fue… curiosa.
—¿Qué se dijeron?
—Mira… Carlos quiere que le llamen Rikon, y todos le llaman así, salvo los profesores. Álvaro empezó: "¿Por qué me has roto la mochila, Carlos?" Y Carlos, con su tono chulesco de siempre le dijo que se llamaba Rikon. Y el pobre Álvaro: "No sé por qué tengo que llamarte así, si sé de sobra que te llamas Carlos. Así te he llamado siempre. No entiendo qué necesidad hay de cambiar nada…" Bla, bla, bla… Empezó, ya sabes, con su charla monótona sobre los cambios. El tema de la mochila es un problema gordo precisamente por eso. Con lo del asperger, vamos a tener espectáculo para días.
—¡Pobre chico!
—Ya… Pobre él y pobres nosotros. ¡En fin! Carlos insistía y Álvaro obcecado en que no entendía lo de Rikon. En esas, me enteré de que son vecinos. Puerta con puerta. Y… creo que lo de Rikon salió precisamente de Álvaro cuando eran pequeños. Él le dijo. "Ya pasó lo de ricon-no-rincón, ya no tiene sentido", y Carlos se enfadaba más: "¡Que te he dicho que sólo Rikon!". Y de ahí no salían. Por eso quise hablar a solas.
>> Bueno… Le pedí la navaja y me la dio. Charla sobre las armas, la violencia, amenaza con decirle al director lo de la navaja… "No, si es para pelar la fruta del almuerzo".
—Ya…
—Bueno, esas cosas.
—¿Y crees que no fue él?
—No lo sé… No lo sé. (…)
>> Hay un chaval, Mateo, muy estudioso, muy simpático, muy nadie-puede-sospechar-de-mí. Pero, el otro día vi que lleva un cúter en su estuche. Un cúter. Y he observado… No me había dado cuenta antes, pero he observado que tiene cierta rivalidad con Álvaro por las notas. Sabes que Álvaro, a pesar de sus dificultades y rarezas es un alumno brillante. Bien, pues creo que Mateo sabe que hay ciertas cosas que desestabilizan a Álvaro y hacen que se despiste en clase o se atrase en las tareas, porque veo que suele chincharle con esas pequeñas cosas.
>>Cuando le rajaron la mochila… ¡Uf! ¡Eso es su templo! Todo el material va en un orden. Imagínate. Todo cayó al suelo, se doblaron esquinas de libros, se aplastaron espirales de cuadernos, el estuche… ¡Su estuche de lata! Se abolló. Él toca ese estuche para calmarse. Bueno, bueno… Lleva toda la semana cortando las clases con sus murmuraciones: "Roto, roto, doblado, aplastado, abollado… Roto, roto, doblado, aplastado, abollado…", haciendo repaso del material, dale que dale a la letanía.
>>Sus padres le han puesto una cosita de madera para que la toque y se calme, pero en cuanto saca el material, ¡bum! Adiós a la regulación. Nada, no atiende. No soporta que el material esté así, pero no quiere cambiarlo porque "debe estar todo el contenido del curso en el mismo cuaderno". Seguro que le afecta al rendimiento.
—¡Qué rollo lo del asperger, ¿no?
—No lo sabes bien… Bueno, pues observo que Mateo se ríe, y no me gusta cómo se ríe. Es risa de fechoría que sale bien. Y además, Carlos dijo algo que me hizo pensar: "¿Qué gano yo con eso?" La verdad es que es tan matón que nunca hace sus gamberradas a escondidas. Y Mateo… creo que disfruta con el espectáculo lamentable de Álvaro, y sí gana algo.
—¿Le preguntarás?
—Lo negará.
—Bueno, como Carlos. Quítale el cúter también a él y dale la misma charla.
—No es lo mismo… Me da rabia, pero no es lo mismo. Mateo no es "el malote". Es ojito derecho de muchos profesores. Es responsable. Es de los buenos… Es listo, es zalamero. Y no puedo probarlo. El culpable fácil es Carlos.
>>Pobre, Álvaro. Me gustaría hacer algo.




María López Sariñena

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