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Mostrando entradas de febrero, 2024

Miradas

 1. Le miro a los ojos descaradamente, sin desviar un ápice la mirada. No quiero mostrar vulnerabilidad, tampoco es que me importe mucho su opinión, pero no no quiero achantar; dibujo una casi imperceptible sonrisa en mi tez, algo entre estar pensando para mis adentros algo agradable y una mueca sardónica. Callo, no hablo, dejo pasar el tiempo, le veo inquietarse, ponerse nervioso, jugar con sus manos, incluso podría afirmar que le oigo atragantarse con su saliva. - ¿Y bien? - le digo, con una firmeza de un puñal de diamante. - Pues... ejem, nada, la verdad es que nada. Vuelvo a mi, me sonrío por dentro sin cambiar mi gesto. Le sigo escudriñando con la mirada, directa, sin titubeos, una mirada limpia y fría, como agua de manantial en invierno. Parece que hace el gesto de irse, duda, vuelve a mirar el suelo, se gira y se va. 2. Le mira a los ojos, de una manera que nunca había visto hacer, sin pestañear casi, me siento incómodo al verlo, Está de pie frente a él, como medusa, poderosa e

Mi destino

                                                                                  YO En el ambiente había algo tétrico que me helaba la sangre y me producía escalofríos, los árboles abrazaban el camino rozándome arañándome e incluso intentado impedir mi paso, el viento me susurraba al oído y me decía -no te atrevas a continuar- la noche empezaba a secuestrar el atardecer con una oscuridad maléfica incluso dañina, pero yo seguía caminando, algo o alguien me llamaba y yo era incapaz de negarme a seguir, me llamaba desde lo más profundo de mi ser, yo lo oía en mi cabeza, daba un paso y luego otro y seguía caminando cada vez más veloz como alma que lleva el diablo, mi nerviosismo iba en aumento las ramas azotaban mi cara ya llena de arañazos, arañazos de guerra del que tiene un objetivo y ni nada ni nadie le va impedir conseguirlo, el barro atrapaba mis botas succionándolas al suelo intentaba impedir mi avance pero mi velocidad era cada vez mayor, casi no podía respirar me estaba

El libro en las manos

Tengo el libro en mis manos, lo voy a colocar con el lomo hacia afuera, y esta vez sí, tengo esa sensación, en todos los lomos de los libros de mi estantería saldrá mi nombre, se formará ese mensaje premonitorio que avisa de mi pronta muerte, y por fin acabará todo, esto está sucediendo desde hace tiempo en esta sociedad de lectores incomunicados, saldrá mi nombre, lo sé, la sensación se agudiza, así que me acerco, hago hueco con mi mano izquierda y con la derecha voy introduciendo el libro por el canto hasta que el lomo queda en línea con los demás, permanece mi mano sobre el lomo teniendo la certeza de que al soltarlo, entre todos los lomos saldrá mi nombre, pero algo ha pasado, me llamo Luis y han salido unos veinte nombres que no son el mío, debí haber devuelto los libros a la biblioteca, debí haberme leído los libros. Tienes el libro en tus manos, lo vas a colocar con el lomo hacia fuera y esta vez sí, tienes esa sensación, en todos los lomos de los libros de tu estantería saldrá

Mientras

Mientras (1 persona) No nos hemos presentado, pero hemos empezado a hablar como si nos conociéramos, supongo que abrumados por el ruido y la algarabía de la gente, que sigue dentro; o quizá ella no estaba agobiada por eso, sino por otra cosa, y se ha visto inmersa en mi estúpida conversación; no tanto estúpida como extraña, dejando al descubierto más intimidades de las que yo creía poseer, que afloran desde algún lugar que no conozco… "Perdona", he tenido que decir, echándole la culpa al alcohol, que me desinhibe, "me pone intenso"; siendo esto otra confesión, ¿verdad? _enredado en un bucle de palabrería idiota, ridículamente imparable, hasta que ella ha empezado a reírse nerviosamente y yo he mirado atónito su dedo… señalando algo dentro, en la fiesta, donde todos están gritando histéricos, huyendo de los disparos (¡¡disparos??)… y me he puesto de pie, pero ella tira de mí: "¡Agáchate, que no te vean!", y nos acurrucamos uno junto al otro, escondidos, ell

El re-encuentro

RE-ENCUENTRO Hacía una maravillosa tarde de primavera, de esas en que te inunda el olor de las plantas, que notas cómo el aire fresco te eriza un poquito el vello, a pesar de haber sido precavida y llevar una chaqueta. Quizás influyera también que estaba algo nerviosa y que había elegido una minúscula y acogedora terraza en una tetería en mitad del barrio del Albaycín, donde llegaba mejor el frescor de los Jardines del Generalife y la brisa que bajaba de las cumbres, aún con nieve, de Sierra Nevada. Continuaba allí sentada esperando que él llegara, me sentía un poco nerviosa ante el inminente encuentro. Mi impaciencia empezaba a pesar, así que me decidí a pedir un té pakistaní con leche y un surtido de dulces árabes. Estaba comenzando a comer esos manjares cuando apareció por la puerta. Ahí estaba él, con su pelo negro rizado iluminado por ese sol del atardecer, su figura alta y esbelta y esa forma de andar tan reconocible y cercana. Me levanté como un rayo y casi me atragan

El retrato del Mal

¡Qué desastre he dejado! Era inevitable; trabajo por impulsos y suelo, paredes y objetos han quedado impregnados. Limpiar va a ser un faenón, pero ha valido la pena. El retrato ha quedado bien y ha sido pagado estupendamente. Sí, soy pintor. Hago retratos al óleo. Trato de descubrir en la gente, valores emocionales que difícilmente se pueden encontrar. —¿Es posible que en el interior del alma se oculte una realidad oscura? —me preguntó Josías Magallón, mi último cliente. —Oh, claro que sí —afirmé. —Las emociones más profundas suelen evadir la luz, pero basta con captar el más débil destello para describir la esencia emocional más profunda. Soy capaz de verlo, créame. Josías mostró un gesto de incredulidad. Pensé que cuando mencionas «creer», la gente, por antonomasia, tiende a hacer lo contrario. Su gesto cuaternario le hizo mostrar sus colmillos. —Verá, señor pintor, usted sabe quién soy, ¿verdad? No ignora de qué va mi negocio, ¿cierto? Era verdad, sabía que el hombre —que nunca tuvo

El alma es una pincelada

El viento me llevó hasta la orilla, una invitación delicada. Me senté en un escalón del paseo marítimo y clavé el caballete en la arena. En el rojo amanecer, el Sol se disculpaba con las nubes por vaporizarlas. Al verlo así, tan intenso y fluido, me partió el hambre. Me levanté y me dije: «¿Solo piensas en comer?» Dejé a un lado, sobre una mesa, mis pinturas y el caballete. «¿Puede traerme un huevo frito?» La chica regresó con un plato en el que había un amanecer redondo, puro, de un naranja tan inflamado que sus destellos deslumbraban… El hambre es mística. El pan, acomodado en una cesta, esperaba caliente; con él rompí esa estrella y mi platillo se convirtió en una intensa supernova. La chica me trajo más café. No recuerdo cuándo me tomé el primero. «¿Pinta usted realista?», me preguntó. «¿Como si fuera una fotografía?», quise saber. «Sí». «Ah, no, soy más bien pintor abstracto». Ella pareció un poco desilusionada. Ha de haber pensado: «¿A qué viene al mar a pintar si no lo pinta?» E

El bicho

Miraba aquella bonita fotografía, ellas con su bikini rojo jugando en la arena y yo mirándolas. Era la persona más feliz del mundo, lo tenía todo y no lo sabía, o quizás si lo sabía, pero no lo apreciaba. Esta vida es cruel, cuando tienes el tiempo no sabes disfrutarlo y cuando el tiempo se te escapa entre los dedos, es cuando quieres tenerlo y atesorarlo. Ahora el bicho no me deja ni hablar, no puedo ni pronunciar una palabra, solo balbuceo para mi desesperación. Yo nunca he sabido expresarme escribiendo, la mímica no es lo mío, me siento solo y aislado del mundo. Que la gente no te entienda es duro. Esta situación me provoca tanta impotencia que me gustaría huir, o quizás retroceder en el tiempo para poder sentirme otra vez independiente y fuerte, poder disfrutar esos pequeños momentos que me parecían insulsos, que ahora me doy cuenta que eran tan especiales, pero ahora ya es tarde, estoy tan débil y me siento tan inútil…. Estoy sin fuerzas para luchar, llega un punto de inflexió

Hombre de palabra

Ya no recordaba desde cuándo estaba aquella fotografía sobre la repisa de la falsa chimenea. Ella sí. A ella la rabia le teñía de rojo las mejillas cada mañana cuando intentaba, sin conseguirlo, esconderla detrás de las flores de plástico. Él le había contado muchas veces una historia, la de aquellos hombres que pronto habrían de alcanzar la línea que los separaba de la libertad; habían huido juntos como felinos, envueltos en la densa oscuridad, dejándolo atrás, traicionado. Allí quedó abrazado a la negra niebla mientras esperaba el silbido con el que burlarían al verdugo. Y los vio partir. Nunca supo nada de ellos... Eso le contaba. Sólo él sabía que aquella historia era falsa como la chimenea, como las viejas flores de colores apagados bajo el peso del polvo. ¿De quiénes eran aquellas caras? ¿Quién les había hablado de otra vida llamada libertad? El tiempo y la demencia hicieron que olvidara la verdad, su traición. Olvidó sus nombres. Uno a uno, todos amigos, todos. Al compañero que

Sabemos que está ahí

— Oh, vamos, sabemos que está aquí. No puede seguir huyendo. — Te he dicho que vino a comer y se marchó. ¿Es que no me has oído? — Ah, claro. Vino por las croquetas, ¿no? Se cruzó la provincia solo para comer. Deben de estar muy ricas, entonces. ¿Cuáles me recomiendas? ¿Las de jamón? ¿Son esas las que vino buscando? — No me acuerdo exactamente. No tengo tan buena memoria. — Pues yo la ejercitaría, si fuera tú. Hay veces en que la memoria importa mucho. Como cuando alguien se acordó de enseñarme esa fotografía. O cuando él se olvidó de borrar sus movimientos bancarios. Ya solo quedaba un rastro débil, pero aún pudimos seguirlo. No somos tan idiotas como se cree. ¿Me entiendes? — No. Ni te estoy haciendo mucho caso, la verdad. — Pues deberías, deberías. No me gustaría tener que llenar de rojo este sitio. Y no hablo de la salsa de tomate, que seguro que también está buenísima. — Mira… no sé con quién te crees que estás hablando. Yo no trabajo