Érase una vez un canto, fluido y luminoso, que salía de una caja de cartón. Yomo, el hipopótamo que representaba a ciertos artistas, la había dejado frente a Fulón, el orangután que administraba el circo. —¿Qué es eso? ¿Una caja de música? —preguntó Fulón con brusquedad, echando el humo de su apestoso puro. —No, no. Es un cantante famoso —respondió Yomo, dando dos palmadas sobre la tapa. El canto cesó al instante. —No me digas… —gruñó Fulón, incrédulo—. A ver, quiero verlo. Cuando levantó la tapa, la rana Michigan J. Frog se soltó a cantar: —Hello my baby, hello my honey, hello my ragtime gal… Fulón arqueó las cejas. No podía creer que esa bella voz saliera de aquella tortuosa boca verde, tan amplia y rugosa como una gruta. Se rascó la cabeza; un piojo le molestaba. Lo pescó de una pata y se lo tragó. —Mmh… mmh —murmuró—. Esa canción me suena muy… anticuada. Además, ¿cuánto mide esta mierda verde? ¿Quince por quince? ¡Bah! Yomo, ¿has visto cómo es nuestro espectáculo? Tres pistas. ¡Nec...