Hello, My Giraffe! (Una fábula)
Érase una vez un canto, fluido y luminoso, que salía de una caja de cartón.
Yomo, el hipopótamo que representaba a ciertos artistas, la había dejado frente a Fulón, el orangután que administraba el circo.
—¿Qué es eso? ¿Una caja de música? —preguntó Fulón con brusquedad, echando el humo de su apestoso puro.
—No, no. Es un cantante famoso —respondió Yomo, dando dos palmadas sobre la tapa. El canto cesó al instante.
—No me digas… —gruñó Fulón, incrédulo—. A ver, quiero verlo.
Cuando levantó la tapa, la rana Michigan J. Frog se soltó a cantar:
—Hello my baby, hello my honey, hello my ragtime gal…
Fulón arqueó las cejas. No podía creer que esa bella voz saliera de aquella tortuosa boca verde, tan amplia y rugosa como una gruta. Se rascó la cabeza; un piojo le molestaba. Lo pescó de una pata y se lo tragó.
—Mmh… mmh —murmuró—. Esa canción me suena muy… anticuada. Además, ¿cuánto mide esta mierda verde? ¿Quince por quince? ¡Bah! Yomo, ¿has visto cómo es nuestro espectáculo? Tres pistas. ¡Necesitaríamos una lupa súper gigantesca para que alguien lo viera!
—Bueno, podrías ponerle una cámara y una pantalla gigante… —intentó Yomo, esbozando una ruinosa sonrisa de dientes enormes.
—Llévate eso.
Fuera de la oficina, Yomo se dejó caer en una desvencijada silla de la sala de espera. Las patas crujieron y el asiento casi tocó el suelo. Abrió la caja.
—Lo siento, Michigan. Creo que no encontraremos un espectáculo donde puedas cantar.
La rana suspiró… y luego soltó un eructo.
—Tiene razón. Soy demasiado viejo y pequeño. Hasta los más entendidos me consideran anticuado. Déjalo ya.
—Con permiso —interrumpió una anciana jirafa que barría con desgano.
La silla crujió otra vez cuando Yomo se incorporó.
—Ah, no se preocupe… —empezó a decir, pero la anciana se acercó con curiosidad. Las gruesas lentes que llevaba le agrandaban los ojos casi nublados.
—¡Oh! Así que usted es el famoso Michigan J. Frog, ¿cierto?
La rana se encogió de hombros y soltó un bufido seco.
—¡Bah! Sí.
—Vaya, alguien te reconoce —comentó Yomo, medio sonriendo.
—Es una lástima, señora…
—Jifa. Sí, hasta el fondo se oyen las imprecaciones del manager. Es desafortunado que no consigas un lugar aquí, pero…
La jirafa renqueó hasta sentarse junto a ellos.
«¿Y esta… qué?», pensó Yomo.
—Tengo una propuesta. Así como me ven, soy una bailarina experimentada. No como cuando era joven, pero algo podemos sacar de eso.
—¿Y qué tiene que ver eso? —se quejó Yomo.
Pero Michigan estiró una sonrisa impecable y dúctil. Entornó los ojos… y soñó.
—Mi bella dama, ahora entiendo su idea. ¿No lo ves, Yomo? Mientras yo canto Hello my Baby aferrado a su cornamenta, ella bailará. Y con su largo cuello, me acercará al público. Así, nadie se perderá del espectáculo.
MORALEJA: Quien no brilla solo, puede brillar acompañado.
Santiago Manuel de la Colina
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