Aquel hombre

  Aquel hombre se ponía siempre un guante cuando iba a pegar a su mujer. La golpeaba varias veces seguidas mientras ella gritaba y corría por la casa para evitar que la alcanzara. Pero no había escapatoria posible y el guante de aquel hombre acababa siempre golpeando su cara, su estómago y su pecho.

  Al otro lado de la pared, en el piso contiguo, Marta oía los golpes y corría a esconderse en el armario de su habitación. Entonces empezaba a rezar, "Padre nuestro que estás en los cielos.." y cerraba los ojos para no ver el miedo y el dolor que sus  oídos escuchaban. Allí escondida, esperaba a que su madre regresara del  trabajo o a que los golpes cesaran para poder salir. Aquel día los golpes cesaron antes de que su madre regresara. Marta salió del armario sin hacer ruido, caminó despacio con las piernas apretadas para no hacerse pipí encima hasta que llegó al baño. Todas las tardes que su vecino pegaba a su mujer, producían en ella unas ganas enormes de hacer pipí.

   Cuando su madre regresaba, ella ya tenía el pijama puesto y estaba en el salón viendo su telecomedia favorita. Su madre entraba por la puerta, colgaba el bolso y el abrigo en el perchero de la entrada y se acercaba para darle un beso en la frente a Marta, en ese momento, sentía el olor del cabello de su madre alrededor de su cara y respiraba más fuerte para que ese olor entrara dentro de su cuerpo y eliminara el miedo que todavía cabalgaba en sus entrañas.  Después su madre se duchaba, preparaba la cena, cenaban viendo un rato más la tele y se acostaban temprano. Dormían las dos juntas en la misma cama en la única habitación que tenía la casa. Cuando su madre ya estaba dormida, Marta se acercaba mucho a ella, la rodeaba con su brazo y se quedaba durmiendo también.

   A la mañana siguiente, sonaba el despertador a las siete y vuelta a empezar. Primero se levantaba su madre y preparaba el desayuno, luego llamaba a Marta y las dos juntas desayunaban con el sonido de la radio que su madre ponía siempre antes de salir de casa. Mientras Marta terminaba de desayunar, su madre hacía la cama. Después terminaban de arreglarse y a las ocho menos cuarto estaban saliendo por la puerta. Aquella mañana, al salir se encontraron con su vecino de la casa contigua que también salía a la misma hora. Aquel hombre saludó amablemente, "Buenos días" y Marta, al verlo, dio un respingo y se escondió detrás de su madre que no entendía por qué hacía eso y,  mientras saludaba al vecino, le daba tirones mirándola sorprendida para que saliera de su espalda. Él les cedió el paso, y cuando Marta se volvió para mirarlo, le devolvió la mirada con una sonrisa. Entonces ella se volvió rápidamente y apretó la mano de su madre hasta sentir las uñas de ella clavadas en la palma de su mano.

   Ese día había transcurrido como uno de tantos. Marta en el colegio y su madre trabajando en la cafetería. Marta regresaba del colegio a las cinco y media. La madre de Elvira, su compañera de colegio, se encargaba de llevarla a su casa.

   Marta entró en su casa y, antes de dejar la cartera en su habitación, fue a la cocina a beber un vaso de agua para calmar la sed que tenía hacía ya un buen rato. Después en la mesa del pequeño salón colocó sus libros y sus cuadernos. Acababa de sentarse en la silla para empezar sus deberes, cuando los golpes regresaron martilleando sus oídos y apretando su garganta. Sus manos rígidas se agarraban al asiento de la silla, eso hizo que sus dedos se hincharan y empezaran a tener un color rojizo casi morado. Cerró los ojos y empezó a rezar: "Padre Nuestro que estás en los cielos…" Un golpe, otro y el tercero más fuerte que el anterior. Eso hizo que Marta saliera corriendo hacia el armario de su habitación. Allí encerrada seguía rezando con los ojos cerrados. Y volvieron las ganas de hacer pipí, pero no salió. Siguió allí apretando las piernas y escuchando los golpes. De repente empezó a sentir un calor que bajaba por sus piernas, era un calor húmedo que bajaba hacia los tobillos. Abrió  los ojos y vio que estaba mojada entonces empezó a sentir que un fuerte olor a orín mezclado con el olor a la madera del armario se metió por sus fosas nasales y le provocó una sensación angustiosa. Pero no se movió. Cada vez los golpes eran más fuertes y empezó a oír más gente  en el rellano de la escalera, puertas que se abrían y cerraban y muchos gritos. A lo lejos oyó ruido de coches y sirenas que venían de la calle. Entre esos ruidos, oyó la puerta de su casa que se abría y pasos que se acercaban. Las manos empezaron a temblarle y cerró los ojos tan fuerte que le dolían. Fue entonces cuando escuchó la voz de su madre llamándola. Marta, sin moverse dijo a su madre: "Estoy aquí". Su madre abrió la puerta del armario, la cogió del brazo y tiró de ella. Una vez en el salón la abrazó y lloró. Marta le preguntó: "Mamá,  ¿se han acabado los golpes?". Su madre le respondió: "Si, se han acabado para siempre". "¿No volverán nunca más?", insistió Marta. "Nunca más", dijo su madre.

   Fuera, en el rellano, la policía se llevaba al vecino de Marta detenido mientras su mujer yacía sin vida en una camilla tapada con una sábana. Los vecinos observaban la escena, unos desde   la escalera y otros desde la puerta de sus casas.

   Pero ellas cerraron la puerta y no salieron. Su madre le quitó la ropa mojada y preparó el baño para Marta. Cenaron y se acostaron. A los cinco minutos de caer en la cama Marta estaba durmiendo, su madre aún despierta se volvió hacía ella y mirándola le echó el brazo por encima, la besó y lloró un buen rato hasta que consiguió quedarse dormida.

 

Charo.                        

Comentarios

  1. Es un texto que en primera persona ganaría mucho bajo mi punto de vista, la perspectiva de la niña, solo de la niña sobre lo que ocurre sería muy interesante. Casi escritura peligrosa cien por cien. Buen texto, con descripciones maestras "apretó la mano de su madre hasta sentir las uñas"

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Tu oipinión es importante. Déjala aquí.

Entradas populares de este blog

Escribir un relato kafkiano. Reunión del viernes 4 de marzo a las 19:00 horas por ZOOM.

Al río, no

Reto del relato vergonzoso