La muñeca sin ojos

                                         

Entré en el trastero con la caja de juguetes entre los brazos, pesaba hasta ahogarme. Abrí la puerta con esfuerzo y apoyé la caja sobre una silla. Destapé el baúl que los acogería como última morada. Fui sacándolos uno a uno con nostalgia, con casi todos ellos había pasado buenos momentos, hasta que salió la muñeca con las cuencas de los ojos vacías. Un temblor incontrolable se apoderó de mi cuerpo.

Aquella muñeca había sido mi mayor deseo. Cuando llegaba a casa de mis tíos, los ojos se me iban invariablemente al macetero que, en vez de maceta, le servía de asiento. Me encantaba el azul de sus ojos enmarcados por las pestañas, los mofletes, su boca a lo Marilyn Monroe, la seda de su vestido acorde con los ojos. Mi tía me la prestaba un ratito, encargándose encarecidamente de que no rompiera su cara de porcelana.

Yo hablaba con la muñeca, le contaba todo lo que me había pasado en el colegio, la besaba, le movía las manos, acariciaba su cara, le cerraba y le abría los ojos, escuchaba el "frufrú" del vestido de seda me llenaban los sentidos la mezcla de almizcle y lavanda de su olor que me hacía volar. Mi tía me la dejaba una media hora creo que, con ese tiempo, ella saciaba sus ansias de maternidad—; entonces me quitaba la muñeca, le alisaba el vestido y la ponía como si fuera una esfinge encima del macetero; después abría la puerta, me daba un beso y me mandaba a casa.

Siempre me decía: "Mañana a la misma hora puedes venir, pero si el tío está, no entres". Ahora pienso con horror en la advertencia y la boca se me seca como un estropajo, tiemblo, sudo y me mareo entonces no le di la menor importancia. En la inocencia, yo pensé que él no quería que me prestara la muñeca.

Una tarde fui a la hora convenida y abrió la puerta mi tío.

¿Y la tía? pregunté.

No está, pasa.

No, me voy, ya volveré.

Pasa, la tía tardará una hora, yo te dejaré la muñeca hasta que venga ella.

Olvidé la advertencia y cogí la muñeca, comencé a contarle mis cosas como cada día. Cuando mi tío se acercó por detrás y comenzó a acariciarme el pelo, no me extrañó ¡mi tío me quería!. Pero luego sus manos fueron resbalando hacia mi cuerpo, decía palabras que yo no entendía, las manos le sudaban, el sudor me da asco, comencé a llorar y gritar. Una vecina que pasaba por el descansillo de la escalera comenzó a tocar el timbre con premura y a llamar a mi tía: "Pepa, pasa algo, la niña está llorando". Mi tío no dejaba de tocar mi cuerpo y mis llantos eran cada vez más fuertes. En ese momento, se oyó la voz angustiada de mi tía por la escalera, la vecina le dice: "¡Corre, corre!". Mi tía entra, me abraza, y le grita a mi tío: "Ahí tienes el motivo por el que nunca tendré hijos contigo".

La vecina me entró en su casa, me lavó la cara, me peinó y me llevó a casa. Habló con mi madre palabras que no entendí, yo seguía abrazada a la muñeca. Me siento cerca de donde está la caja de costura de mi madre; de ella, sobresalen las tijeras. Las cojo y le saco los ojos a la muñeca, no quiero que queden testigos del episodio.

Mi tía y mi madre discutieron, se dijeron palabras gruesas, ella decía que me lo había advertido. ¿Qué me había advertido? Al final, ambas llegaron al acuerdo de que era mejor callarse y olvidarlo que, al fin y al cabo, no había nada que lamentar.

Pero yo no lo olvido, yo lo lamento día tras día, mi vida es angustiosa, la mayoría de las noches tengo la misma pesadilla: una muñeca sin ojos se ríe de mí a través de sus cuencas vacías.

 

Paulina Brun

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Comentarios

  1. Bufff. Me parece un ejercicio de escritura peligrosa de diez. Tiene todos los matices técnicos y el tema está bien deslizado desde el principio. Muy bueno el final, la muñeca sin ojos para que no queden testigos.

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