Las ocho muescas de mi centro de poder.

 

La decisión fue difícil y fácil en sí misma, en ese momento tuve claro que era lo mejor. El cuenco se llenó de vida a la edad de 27 años, no podía creerlo, por momentos me llené de fuerza y seguridad, por momentos sentí el abismo, no aceptaría ese reto, pensé, y lo vacié. Su origen no era exacto, generó mil dudas, aunque algunas, tras las diez lunas se resolverían, el curso de mi vida no iría por ese camino.

Solamente pasó un año, cuando volvió a suceder, el origen sí estaba claro, pero aún no me sentí preparada y de nuevo lo vacié. En este caso, pensé que podía ser viable por más tiempo, pero volví a vaciarlo. Viví ese dilema de ser o no ser, me decanté por desprenderme, me hizo alcanzar el control nuevamente de la situación, pero alguna consecuencia tendría esta experiencia. Más tarde, sentí que también quedó su hueco, su huella, su muesca.

La primera vez que logró la vida continuar en mi cuenco, que consiguió abrirse a la vida un ser dentro de él, fui plena, a los 33 años. Aunque nuevamente profané su vaciado, permití que atravesaran con un bisturí mi cuenco abruptamente, que interrumpieran ese maravilloso momento que es nacer, ese mágico encuentro fue profanado.

En una cuarta ocasión volvió a llenarse mi cuenco, a los dos años y medio, tuve la oportunidad de grabar el encuentro, pero volví a ir a un centro médico y con la presencia de personas que no eran las que debían estar.

La quinta vez que se llenó mi cuenco volvió a vaciarse, en esta ocasión sin yo desearlo, fue algo desolador, no pude sostenerlo, ahora la vida me mostraba que la historia podía contarse desde el otro plano. Pero, ¿por qué a mí?, si yo ahora lo deseo. Una rabia inmensa recorría mi cuerpo, no podía ver a otras mujeres que lo conseguían, otros cuencos llenarse, deseaba no encontrarme con ellas.

La sexta vez que volvió a llenarse mi cuenco, nuevamente dejé entrar en ese sagrado espacio para vaciarlo, confié en la recomendación de que así sería más fácil volver a llenarlo. Algo en mí me decía que no podía ser, pero aun así continué. Efectivamente volvió a llenarse pero en esta ocasión también se vació, siempre antes de las ocho semanas. Esta vez me negué a hacerlo de manera química o “limpiar”, dejé que la naturaleza hiciera el trabajo, porque no es necesario usar medicamentos o herramientas, tu cuerpo está preparado, sabe hacerlo. Fue así como fui tomando conciencia que ese momento era sagrado, que el cuenco tiene poder en sí mismo por el hecho de ser mágico.

La octava vez que se llenó mi cuenco, ya estaba preparada. Cantando atravesamos las olas de mis mareas, confiada en su poder, decidimos hacerlo en conexión, juntos sin interferencias, sin direcciones, nos encontramos en la complicidad de una noche mágica.

Mayca Vallejo Rojo

Comentarios

  1. Una maravilla, tiene algo de simbólico aún siendo explícito. El cuenco, me gusta. Tiene la características de la escritura peligrosa y un final abierto.

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