Las tetas de mamá.


Las tetas de mamá quedaron aplastadas entre las planchas y parecían empanadillas rosas. Luego la doctora dijo que el mamograma había salido bien. Mi madre, con los dientes verdes de mascar hojas andaba con nosotros cogidos de la mano por los pasillos del hospital. Mi hermana saltaba en vez de andar, en la selva aprendió a desplazarse así y ninguno le dijimos nada, así que ahí va. Es gracioso cuando salta para darte un beso fraternal o llora a saltos huyendo de algo que le asusta. A mi hermana le asustan las puertas automáticas de los edificios modernos y los barcos que se ven alejarse o acercarse desde la isla del volcán apagado. ¿Apagado? Cerca del cráter, en una pendiente alta donde no correría la lava y parapetados por una pared de roca que nos protegería de los proyectiles incandescentes, está nuestra tribu. Hasta ahí llegan los senderos que parten de la ciudad moderna, llena de turistas, que está abajo, donde la lava hará balsa algún día y rocas hervientes reventarán los edificios. Están llamando a las mujeres para hacerles mamogramas y a los hombres para tocarles los testículos. El gobierno aplasta las tetas de las mujeres y aprieta los testículos a los hombres porque la mina escondida en la playa de poniente dicen que provoca cáncer. Los turistas van y vienen.

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