Tres días. Misma hora.

Día 1. Es mi momento, la hora de la desconexión. Me siento en el sillón de al lado de la ventana balconera, descorro la cortina y miro. Son las seis de la tarde. Las huellas dactilares del pequeño de la vecina han quedado en el cristal de cuando jugueteó en el salón. Es una irisada huella roja de polvo de gusanito. Glutamato monosódico, me vienen a la boca esas palabras y he de pronunciarlas, bajito. Tras el cristal, en el balcón, la maceta más próxima tiene un cactus lengua de suegra que no logra mover el viento y que permanece tieso en su maceta de resina blanca. En el suelo de la maceta, remolinean tres colillas que cayeron del cenicero. La lengua de suegra no se mueve, pero todo lo demás baila, la hiedra que cubre la pared baja del balcón sacude sus hojas y fuera, sobre la fachada del edificio de enfrente, se estrellan pétalos violetas de jacarandá. No los veo, pero los árboles de la avenida a la que aboca mi calle deben estar quedándose calvos. No oigo el viento, el sistema de insonorización de la ventana balconera funciona. No oigo nada dentro de la casa, estoy solo. Fuera, en silencio, hay un cactus tieso, colillas bailando en el suelo, hojas que sacuden la pared baja del balcón, una fachada golpeada por pétalos violetas y ya está. El silencio en el que estoy frente al ruido seguro del viento me inquieta, he de quitarlo, como si me despojara de unas orejeras insonorizantes, así que abro la ventana balconera y salgo a un estrépito ventoso que por fin me hace real. Miro la fachada de enfrente, con casi todas sus ventanas con las persianas echadas. En una aparece la cara de una vecina que mira al cielo. Desde su lado puede hacerlo sin salir fuera, coinciden por un momento nuestras pupilas, nos hemos mirado fugazmente. 

 Día 2. Como todos los días, sobre las seis, hago mi ejercicio de desconexión. Desde que asistí hace años a una charla sobre atención plena lo hago. Me siento en el sillón de al lado de la ventana balconera y miro sin ningún propósito afuera y los nudos en mis sienes se aflojan y desparecen. Tras el cristal, en el balcón, la planta más próxima tiene motas de barro en sus hojas tiesas y la maceta que la sostiene está también embarrada. Las hojas de hiedra tienen barro, el suelo tiene barro, lo que se ve de barandilla tiene barro. La fachada de enfrente tiene barro retenido en los huecos de su gotelé grueso. El sol da de costado sobre sus ventanas cerradas y se ve el barro sobre las persianas y los cristales. Creo que la vecina de enfrente mira hacia mi balcón, o lo quiero creer. Si saliera nuestras pupilas se cruzarían, pero me quedo en el sillón en silencio, disfrutando del silencio y del barro silencioso de afuera y del sol de costado que hace visible las sombras de la fachada como si fueran negativos de celuloide y de la desaparición de los nudos de mis sienes.

 Día 3. Me siento en el sillón de al lado de la ventana balconera. Son las seis de la tarde. Cae agua, llueve y no hay cosa que más me guste que ver llover y oír el repiqueteo de gotas de lluvia sobre los cristales. Llueve de costado. La lluvia entra por donde lo hacía sol. Todo es de color plomo. La fachada del edificio de enfrente parece iluminada por focos de un estudio fotográfico profesional, con sus filtros, para que no haya sombras y se vea todo, todo, de color blanco mate. Todo el color es mate. Llueve sin parar pero no de forma violenta. Las hojas de hiedra rompen las gotas que chocan contra ellas y el ruido de la lluvia parece cambiar cuando te das cuenta de ello. La lluvia golpea la impasible lengua de suegra y las gotas se convierten en lágrimas que se deslizan hacia el origen de la planta. Me siento en modo recarga, acumulando sensaciones apacibles, calmo.

 Roberto Etayo

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho tu escrito y sobre todo me quedo con ese pensamiento; El silencio en el que vivo frente al ruido. Una introspección muy interesante. Muy sugerente tu historia

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Tu oipinión es importante. Déjala aquí.

Entradas populares de este blog

Escribir un relato kafkiano. Reunión del viernes 4 de marzo a las 19:00 horas por ZOOM.

Al río, no

Reto del relato vergonzoso