Tres momentos de contrastes

Tres momentos de contrastes


Viernes, 5 de la tarde


El hambre es algo así como un remolino que arrastra mi vientre hacia un vórtice quejumbroso. Sí, es tiempo de merendar. He convertido este momento en un rito despiadado. No perdono. No me hablen, no me digan nada. Este es un espacio entre mi vientre y yo. Voy hacia afuera donde está el jardín, justo frente al porche. Me gusta sentarme ahí, bajo el toldo y disfrutar el paso de la tarde comiendo bocadillos. Me he preparado un café, me gusta dulce. A un lado he puesto una tostada con aceite, tomate triturado y una tira de jamón. También me he traído una magdalena. Me olvido de todo por momentos, excepto… de Ella. Las de su especie son marrulleras. Ella es diferente, lo sé. La escucho y me atormenta. Se ha parado frente al bollo dulce. Ahora brinca al borde de la taza. Manoteo y Ella se impulsa hacia la tostada. ¡Dios, cómo molesta! Tengo un pensamiento envolvente que me cubre de oscuridad y culpa. ¡Tengo que matarla, lo sé, tengo que matarla! Solo con decírmelo me hago fruncir el ceño y arrugo las cejas como un acordeón. Aprieto los dientes, la boca se me estira como goma. Mi cara es la máscara de la ira. Mis orejas están tan calientes y rojas como un cuenco de hierro ardiente. Soy pacífico, lo normal, pero este furor inaudito me supera, me pone enfermo y descontrolado. No podré estar tranquilo si no la mato, es más, si no los mato a todos. ¡Malditos seres volátiles! Lo sé. Me vuelven loco. Debo sufrir algún tipo de fobia. Ella es el culmen, la suma de toda la belleza y todo el horror que la naturaleza pueda prodigar. Es despiadada y muy atrevida. El matamoscas cuelga de la pared. ¡Voy a aplastarla! Extiendo el brazo, tomo la barra de plástico. Ella huye hacia el jardín. Me levanto y voy tras sus aleteos agitando el artilugio. El jardín es pequeño, así que podré esconderme en algún lado. Se ha puesto gris arriba. Es una ventaja, la pesada corteza de nubes parecen un bloque de concreto y eso matizará mi sombra. Debo ajustar mi visión periférica para poder captar cualquier movimiento. Allí está, allí. Es un nanosegundo convertido en materia. Me desplazo sigilosamente hacia el naranjo. Levanto el azote. La veo venir. ¡Zaz! ¡Wow! ¡Te mat..! ¡Qué extraño! No puede ser. Ja, ja. Ha quedado atrapada en la rejilla de plástico. Pero… ¡Mierda! No es Ella… esta tiene los ojos oscuros, como de chocolate cuajado, casi negros. Puedo verla doblada en ese espacio en el que ha quedado encajonada. La mía, la que me domina, es una belleza iridiscente de ojos de carbón prendido. Vuelvo a mi silla. El café es ahora un líquido pinto de remolinos y burbujas turbias. La tostada truena y se rompe en mis dientes antes de llegar al tubo digestivo. Hasta la magdalena me sabe rancia. 


*


Tengo el impulso irrefrenable de vivir. Y en eso, va el comer. Es algo que va más allá del deseo en sí. Obvio, necesito el combustible que ponga en marcha mis articulaciones, que encienda mis células... confieso, muero por vivir. Después de todo, la vida es ese apetito que mueve al mundo, el mecanismo que pone a todo a crecer. Lo veo al flotar y deslizarme por el aire planeando sobre los rombos verdes que emergen de los brotes y ramales torcidos de la Gran Torre rugosa. Estas placas venosas están habitadas por pequeños seres que descascaran su tejido suculento. El hambre deja heridas que cicatrizan de mala forma. Veo agujeros y rastros de mordeduras por todos lados. Me he posado en una que tiene la punta seca, es mi favorita. Desde aquí puedo ver a la Dama Roja escalar la gran corteza, al Saltarín Verde aferrarse a los tallos, a las delgadas antenas de colores que están enterradas en tierra o en cuencos crecer en caóticos despuntes. Algunas tienen remates parabólicos color amarillo con núcleos que parecen ojos de membranas de seda donde pastan felices esferas rojas de patas brillantes. Aquellas cercanas a los muros son como estrellas, otras acá, como hogueras de flamas rosadas o de lenguas naranja y ardientes puntas; las hay voluptuosas como hongos de vapor o aquellas violeta como trompas abiertas parecen cantar las glorias de la fertilidad. Más temprano, cuando el globo de luz apenas se levantaba, sobrevolé el llano que está tras los muros. Le cubre un tapiz verde oceánico donde flotan miles de alfileres luminosos, y mientras volaba lo supe. Mi abdomen ha engordado, sentí la presión interior de incontables huevecillos impacientes por poder desprenderse de mi matriz. Ya casi es tiempo, seré madre. Cierto que por allí podré encontrar masa viscosa que se esté pudriendo para poder alojar a mis pequeños y así dejarles experimentar la vida, el hambre, el sexo, la muerte. Veo a una enorme chupadora de miel doblar el mástil de una antena con su peso. Bebe toda esa dulzura como una frenética y en sus pelos se acumula polvo amarillo, simiente silvestre encadenada a un ciclo perfecto. Luce hermosa. Pienso en lo que he vivido y en lo que me queda. La luz de la esfera azul ha trazado ya incontables arcos ¿cuántos brillos más viviré? ¡Eh! Algo ahí se mueve. Es el Gran Cazador. Es un enorme y bestial peñasco que se desplaza estruendosamente. Puedo ver su extensión artificial. Es un aguijón que en su extremo se expande en una red. La blande y golpea el aire y el pobre chilla de dolor. ¡Wuoosh! Una y otra vez. ¡Oh! En ella ha quedado un cuerpo atorado. Lástima, debe ser uno de mi especie; triste, el devenir es así ¿verdad? No le tengo miedo a ese dios. La vida es un portal de dos vías, lo abres y te colmas de alegría, lo cierras, te aplasta su oscuridad. Me acerco por el sur de su masa y vuelo a lo alto de su bosque esférico, plagado de oleosos pastizales de hulla y Él mueve violentamente sus extremidades como trompas voraces y de su superficie pálida saltan ríos salados que brotan de sus minas oscuras; me poso en la alfombra grasa de su frente, acolchada como gusanos, pongo mis patas en sus poros deleitosos y me alimento de sus minerales… y una extensión sin aguijón aplasta en un golpe los grumos sobre las peludas cejas y salto a tiempo fuera de su órbita. Lo miro por debajo, subo y me poso ahora en uno de los platos laberínticos cuyos pozos tiemblan con el ruido. Bebo, froto mis patas delanteras, esto es el paraíso. Se tuerce y agita como un mal ser. Claro, he mancillado el Aura Sacra de este dios enfermo de enojo. Me voy, lo he irritado y he perturbado la paz de su palacio de carne. Suficiente por hoy.


Sábado, 5 de la tarde


La lluvia ha adelgazado sus rizos, aún puedo escuchar el tamborileo húmedo que cae sobre el toldo desde los árboles empapados. Esta vez he traído un bol con patatas fritas. Las he rociado con limón. Así se reblandecen. Me he servido una copa de blanco frío y espumoso. En un platito llano he dispuesto aceitunas negras cortadas en rodajas. La lluvia raya el plástico transparente protector que cuelga del toldo. El sol ha hecho un guiño y... sí, allí está Ella. Desde aquí puedo verla pasar de extremo a extremo del jardín. Vuela rauda y frenética como una tiza de carbón prendida de fuego verde y que va dejando estelas fluorescentes en el aire, como cabellos de humo fosfórico que se disipan rápidamente. Se acerca a la mesa. Zumba como stuka y planea en picada sobre las patatas, puedo ver su coraza metaloide; viene hacia mí, me mira con ojos de fuego que me hacen temblar de ira. ¡Demonios que sí! Tomo el matamoscas y la azuzo. Ella se revuelve en espiral. Me parece que ríe. Tengo en mi cabeza su zumbido trompetero, mala música para mis oídos. Pensar que Machado le dedicó a su especie un poema y Cortez un monumento melódico. Pero ¿qué se piensa? ¿Cómo se atreve a perturbar mi sagrada merienda? Te tengo en la mira... y hasta te sueño también; oh sí, volando sobre mi, enorme como una tiorba de ébano pulsando sus tonos más graves. Mírala, mírala, a puesto sus asquerosas patas sobre una aceituna, se mete en su hueco y con su lengua... Bueno, eso que es como un tubito o pajilla rosa, va salivando sobre los bordes humedecidos. Si la hago estallar la convertiré en un punto final, pero destrozaré mi platillo. Solo me queda verla ahora regodearse en la ácida superficie de las patatas. Me parece escuchar un "ji, ji, ji" agudo y estridente. Tengo que encontrar una solución, una manera de hacerle pagar su osadía.


*


Llueve. Me sacudo las gotas que cubren mis múltiples ojos. El agua quiere penetrar mi cabeza y tal vez disolver mis secretos. Me conoce, me toca en cada arco de luz atrapado por vapores grises. Estoy en un tiempo lluvioso, donde abunda la incertidumbre. Sin embargo, amo la lluvia. Me gusta beberla, sobre todo cuando toca materia blanda. A veces es amarga, otras dulce… es como linfa divina, cristalina y refulgente. Busco beberme toda y hasta sueño con llegar al corazón de los dioses y devorarlos, como a Él. Recuerdo un momento de llovizna espesa, arcos de luz atrás, las gotas caían como gordos hilos de pasta. En ese momento Él se sirvió un caldo de filamentos carnosos que sabían a leche espiritual. Siempre me pone ofrendas, a veces grandes, muy grandes. Me poso en ellas. Con mis patas y vellos huelo y degusto esa sustancia. Yo solo puedo comer un poco y luego Él carga con todo y lo avienta al comedero universal. Un bloque negro cubierto de un manto brilloso donde se reúnen toda clase de bichos. Allí he podido identificar a alguno que otro pariente que vuela para hartarse de almidón y otras sabrosas descomposiciones. Soy feliz, pero tengo que estar vigilante. Él no me gusta. Estoy otra vez en mi sitio favorito. De placas verdes superiores se decanta el agua. Veo en una gota un mundo atrapado, vuelto al revés. Él se ve pequeño, justo para succionar su materia. ¡Slurp! Hay una pared translúcida llena de gotas que no me deja verlo bien. Me acerco planeando. Ha puesto un recipiente cristalino con un líquido burbujeante y ligeramente ambarino. En un cuenco ha dejado caer hojas de oro bañadas de un rocío acre. Estoy embelesada. Miro esas rondanas negras y carnosas y vuelo hacia ellas. ¡Oh, qué delicia! Él se altera, vuelve a tomar su aguijón y hace arcos al compás de sus exabruptos. Paso por la boca de cristal, me asomo en el gran estanque y fluye el vapor. Siento la superficie dulce. ¡Ufff! Estoy sublimada. Vuelo de prisa, encantada, dispuesta a soñar.


Domingo, 5 de la tarde


Tampoco el domingo perdono. Algunos tienen la siesta como ritual, otros se ponen frente la tele solo por el gusto de ver al mundo vibrar. Yo, mi Santa Merienda. Esta mañana le he robado al vecino un par de naranjas. No volverá hasta el verano y en el momento que regrese sólo encontrará frutos podridos y enmohecidos. Hoy brilla el sol. Me he hecho unas tapas, pero ahora mi elixir es tinto. Tengo tomate rebanado y las naranjas desgajadas para rematar. De seguro Ella vendrá aquí. Me desafiará y escupirá su saliva en cualquiera de mis manjares. Puede que para Ella esta sea su última merienda. Tengo un paquete que me ha llegado por mensajería. Lo abro. ¿Qué se hace? ¿Se cuelga ya? Me voy hacia el naranjo. Buscó un punto visible. Aquí está bien. ¡Mierda! Que me he pinchado con algo. Sujeto, amarro y listo. Regreso a la mesa. Espero. Me doy el lujo de arrojar a la mesa moronas que quedan de mis tapas. Le sirvo en un vaso un poco de vino. Ella viene. No desconfía, es tan altanera, tan... segura de sí misma. Tu última merienda. ¿Cómo ves esto con tus cientos de ojos? Tomo algunos restos y los llevo a una rama del naranjo cercana a la placa amarilla. Esto se pone bueno, hay varias de ellas a mi alrededor, más pequeñas. Ellas también serán atraídas, y no solo bichos de su especie, algunas hormigas tal vez, polillas, pulgones y otros detritos vivientes. Tal vez así logre contener mi ansiedad. Ya me lo dijo mi psicólogo, sufres entomofobia, admítelo. Yo no quería. Preferiría pensar que yo solo era una especie de asesino en serie o un insecto-genocida, algo así. Sé que hay una relación amor-odio a la que le tengo miedo. Me atrae, me domina. No sé porqué le hago al tonto. Ellas volverán, cada verano, habrá miles. Y trataré de lidiar con esto como un Sísifo desquiciado. A Ella la buscaré en sus hija o nietas; Ellas las de intensos e hipnóticos ojos rojos como luces traseras de coche. Supongo que la vida es así. Siento un poco de culpa y no sé porqué. No debería ser así. Pensándolo bien, quizás será la culpa la que acabe conmigo, convirtiéndose en un infarto o un derrame. A Ella, después de todo, le agrade ese final.


*


Mi plataforma favorita casi se ha secado. La lumbrera celeste está irritable, o seré yo, que siento una inquietud de túnel interminable. El dios de carne tiene una actitud diferente. Parece estar calmado y es más obsequioso. Ha dispuesto otros platillos y los ha dejado frente a Él, pero a mayor distancia. Es como si realizara una ceremonia y me invitara a ella. Así que me poso en el cilindro de cristal y bebo del zumo rojo, saltó hacia los bloques de cereal cocinado, cubiertos de oleosos vegetales y tiras delgadas de carne grasosa. Hoy se ha acercado a la Gran Torre rugosa y ha colgado algo. Puedo ver la masa oscura de su sombra moverse sigilosa. Una sombra dura y amante de la violencia. Al final lo veo entre rombos. Tiene rostro azul hielo, pelos negros que se destilan de una quijada de cera celeste. En sus ojos hay nubes y lluvias torrenciales y veo uno que otro trueno ámbar. Nada que ver con la belleza poliédrica de los míos. Me da miedo su mirada, me golpea con su goteo intermitente, un flujo horizontal que me anega. Ha puesto algo que creo es maravilloso, no puedo resistir el llamado del amarillo, suculento color de sueños de oro, es como esa puerta con la que sueño, me voy a ella. Oh, oh... Es... chiclosa, pegajosa y huele rico, pero no puedo moverme. Estoy atascada. Supongo que me ha atrapado, que he cedido a sus encantos artificiosos. La vanidad me ha llevado hasta aquí. Menos mal que en el mar verde encontré una figura de vientre abierto, un ser peludo de cabellos de nieve y oro. Su sangre dejó de correr hacía algún tiempo. Mis vástagos saltaron alegres sobre la masa aún roja. Coman, beban, tanteen la vida, tengan más prole, sean dignas de su especie. Mi memoria está aún fresca. Tras el muro había otra Gran Torre con grandes esferas naranjas colgando. Parecían astros en un espacio sideral verde. Me posé en uno como una reina, pero sentí a ese planetoide tan vacío, tan inerte que me dolió pensar en esta Gran Tierra quedar así, morir así. El tiempo vuela como granitos flotantes. He dejado de ser la dínamo que era, ahora soy un filamento pegado al silencio, a la inercia en este amarillo y estéril asteroide plano. Vuelve a llover, pero el agua no me arranca de mi prisión. La bestia se acerca y pone su horrible ojo cerca de los míos. ¿Por qué no me mataste antes con tu horrible aguijón? Aquí estoy secándome, muriendo de hambre ¿Qué es esa estela de ojos planos que acercas? ¡Swastch! Se oye. Seguro un semi-dios que le domina. Oh, Madre Natura, Él me ha matado con su odio azul. ¿Qué puedo zumbar? El devenir es así ¿verdad? Quedaré del lado oscuro del portal. Las luces de mis ojos se apagan, ya no verán más maravillas, solo un velado manto de silencio.


Santiago Manuel DLCF


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Santiago Manuel de la Colina
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Comentarios

  1. Me gusta el lenguaje, como juegas con ese realismo mágico, pero me parece que no se ajusta al ejercicio prescrito y además es demasiado largo para un taller de escritura. Me he perdido en el océano de tanta descripción.

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