Cerecita

Cerecita


Bajo la lluvia, Teresita va por calles extrañas arrastrando su carrito lleno de cacharros. El agua se la come, entonces corre hacia otros vagabundos que se refugian bajo un puente y rodean un tambo con lumbre adentro. Tiritando, le hacen un hueco. Ella se asoma y ve que el fuego se muere. Saca de su abrigo una botella de Bourbon, rocía alcohol y echa una cerilla. «¿Qué haces vieja? ¡No desperdicies eso!» Grita uno. Las llamas, como pétalos, iluminan los rostros. Más la tormenta abre sus fauces, empuja todo, derribándolo. «¡Vámonos a la mansión embrujada!» Sugiere otra, azulada por el frío. «¿Estás loca?» Protestan. «En el porche quedaremos protegidos,» responde ella. Miran la casona rodeada de árboles muertos en un jardín espectral. Cruzan la calle. Empujan la reja de hierro oxidado. Chapoteando, superan las baldosas resquebrajadas y suben los escalones. Teresita tira de su carrito y apenas logra subirlo. Los demás se recargan en la pared y se ríen de la tormenta. Acurrucados, se juntan para darse calor. Teresita queda junto a su carrito. «¿Qué pasó aquí?» Pregunta. Alguien explica: «En la casa ronda el fantasma de una mujer que murió envenenada junto a sus hijos y su marido. Se dice que lo hizo la única hija que sobrevivió y desapareció sin más. Si entras, de seguro te despelleja.» Los demás asienten y ríen. A poco, deja de llover. Entonces la puerta del recibidor se abre. Todos, excepto Teresita, se levantan y corren atragantados de horror. Ella, curiosa, entra sin miedo empujando su carrito. De allí saca una linterna e ilumina el interior. Le parece familiar. Se acerca a la escalera central y sube el haz de luz hasta topar con un cuadro enmohecido que cuelga inclinado. Hay una mujer pintada en él. Ella se sorprende. «¿Madre?» Ulula el viento, chirrían goznes. «Mi Cerecita.» Dice un hálito sordo y grave. Una mancha nebulosa desciende por los escalones. «Has vuelto, mi pequeña fruta podrida.» Se le echa encima y la envuelve con sus fibras fantasmagóricas, aplastándola con la sombra de su alma en pena. Teresita se retuerce bajo la burbujeante acidez de su odio y grita: «¡Madre! ¿Qué me haces?» Se mete bajo su piel y la martiriza al surcar sobre los músculos. El terror le hace recordar que una tarde, hace ya muchos años, Madre preparó a su familia un postre con una guinda al tope. Decidió, golosa, dejar para sí la mejor. Teresita, envidiosa, le cambió el tazón en un descuido. Madre había planeado matar a su familia para luego huir con su amante. Envenenó los postres poniendo al suyo una pizca inocua ¿Cómo pudo olvidar que a "Cerecita" la volvían loca esos frutos? Teresita se contrae y logra librarse de la masa etérea. Toma el Bourbon de su abrigo y lo estrella en las paredes empapeladas, luego, arroja una cerilla. Madre aúlla. Se prende la casona y ella sale corriendo.¡Qué se queme todo! La casa podría haberla heredado ¿no? El terreno, por lo menos, debería valer algo.



Santiago Manuel de la Colina

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