Cena de Navidad.

Enciendo esa lampara del rincón, que casi nunca enciendo, para dar ambiente.
Apago la luz principal, es un día especial y hay que darle un "toque" al salón-cocina-comedor-estudio y casi casi trastero. (Es lo que tiene vivir en una gran ciudad, que con 29 metros cuadrados te tienes que conformar). Una estancia, un minúsculo aseo y un dormitorio que más parecer un nicho.

Hoy, por ser este día, me han dejado salir antes del trabajo, tampoco sé muy bien para qué, he comprado comida india, enciendo una vela, busco esa botella de vino que me regalaron hace unos meses en un restaurante chino, no sé muy bien si por error; habrá que brindar, hoy es un gran día, o eso dicen.

Vivo solo es este minúsculo cubículo, en el noveno piso de una torre de las 12 que hay en este complejo de edificios, lleno de personas anónimas, desconocidas, grises, indiferentes, insignificantes al final y al cabo.

Recaliento el táper del arroz con pollo (espero) con curry, descorcho la botella de vino y vierto su oscuro contenido en el mejor vaso que tengo en mi casa. Por fin me siento frente a la mesa, decorada con una vela, hay que darle un toque cálido a la cena, "son días", dicen.

Pongo a Mozart en un pequeño altavoz, dirigido con mi móvil, no es que me entusiasme Mozart, tampoco creo que sepa apreciarlo como se merece, pero me hace creer que soy más sofisticado de lo que en realidad soy, al menos hoy me lo quiero permitir.

De pronto me percato de unos gritos a lo lejos, bueno, no tan lejos, o si, no sabría ubicar la procedencia de las voces, al otro lado de las finas paredes, en el bloque de enfrente, varios pisos hacia arriba o hacia abajo...

Sigo a lo mío, cubiertos, servilleta de tela, unas aceitunas, frutos secos y un pequeño plato con unos dulces improvisados del chino, nunca he sido de turrón.

Así han sido mis últimas 15 navidades en este piso, para mi ya es todo un ritual.

¿Ha subido el volumen de las voces? No sé identificar si es una pelea de enamorados, un discusión de un matrimonio ya hastiado de la vida, si es una fiesta de jóvenes alocados o una reyerta de malhechores.

"Ding Dong" - el timbre, ¿mi timbre? llaman tan poco a la puerta de mi casa, que me cuesta reconocerlo.
Me acerco cauto a la puerta, si, veo una sombra de unos pies frente al otro lado de la puerta.

Abro.

-- Buenas noches -- me dice quien que supongo que será un vecino, bien vestido, con un gorrito de cotillón sobre la cabeza, con una expresión contrariada -- ¿Podrían bajar el volumen? Se oyen las voces desde mi casa.-- En ese instante lanza una furtiva mirada sobre mi hombro derecho hacia el interior de mi domicilio, y se percata que es imposible que los gritos provengan de mi morada.-- Disculpe, llevamos cerca de una hora escuchando gritos mi pareja y yo, y creíamos que podrían venir de aquí. --

Yo me encojo de hombros, sin saber bien que decir, no se me da bien eso de hablar con personas, sigo mirándolo a los ojos tranquila y sosegadamente.

-- En parte estamos molestos por la voces, pero al cabo de un rato, pensamos que mucho dura la pelea y pasamos, mi pareja y yo, del enfado a la preocupación -- me miraba, dándome más explicaciones con los ojos que con las palabras, su tono había cambiado, ya no era correcto y serio, ahora era más cotidiano, como si tuviéramos charlas de vecinos todos los fines de semana -- Es que no sabemos si es una pelea, una fiesta, ... tampoco identificamos el idioma en el cual vociferan.--

Yo le escuchaba en silencio, poco podía aportar a su discurso, ¿estará esperando que diga algo?¿qué se dice en estos casos? Le miraba con amable atención.

--¿Y si le ha pasado algo a alguien y nos enteramos mañana en las noticias? ¡¡Qué bochorno, en la misma escalera, en el mismo piso tal vez, y sin hacer nada!! -- Se expresión cambió a la preocupación y nerviosismo, un poco forzado, en mi opinión -- ¿Y si son personas mayores que no saben llamar a una ambulancia por teléfono?¡Qué desamparo! ¿No cree usted?--

¡Por fin una pregunta directa! Ahora si sé que hacer.

-- Claro, claro. ¡Qué bochorno! -- exclamé, corroborando su discurso, más preocupado en lo que podrían pensar de él en su oficina, que la integridad física de esas personas.

-- Yo no soy de meterme en la vida de nadie, mire usted... -- guardó silencio sin haber terminado la frase, como esperando que yo añadiera algo a sus palabras, después de unos eternos segundos, prosiguió -- pero es que mi pareja, me ha alentado a salir a ver que pasaba.

Pobre infeliz, ¿por qué no habrá salido él, o ella (su pareja) a ver que pasaba?
Así que sin darme cuenta estaba siguiendo a este hombre de traje y corbata con gorro de cotillón, por el pasillo del piso del edificio del complejo de viviendas, parando delante de cada puerta, agudizando el oído, intentando averiguar de donde procedían las voces.

Yo podía dejar de pensar en que tendría que volver a calentar el pollo con curry y arroz, y que espero que la cera de la vela no manchara mucho la minúscula mesa de mi minúsculo salón-cocina-comedor-estudio de mi minúsculo piso.

-- Mi nombre es Miguel -- dijo mi guía, girando bruscamente, cuando se había dado cuenta que no sabía mi nombre, me extendió la mano para estrecharla.--

-- Encantado -- le dije mientras estrechaba su temblorosa mano -- ¡creo que la voces vienen de allí! -- dije, mientras señalaba con la vista y la barbilla hacia el fondo del pasillo, evitando así tener que decir mi nombre en voz alta.



Caminamos unos minutos más, con nuestro ritual de parar frente cada puerta de los vecinos, tras las cuales, en la mayoría no se oía nada, en otros la televisión de fondo, y en las que menos, nos llegaba una conversación como un susurro.

20-30 minutos caminando escalera arriba, pasillo de punta a punta, escalera abajo, parados frente a cada puerta, con rigurosidad contable. Y nada.

Hubo un momento, en que paré sobre mis pies, Miguel notó que me detenía varios pasos más adelante, justo cuando se postró frente a la siguiente puerta y me miró extrañado, no de mi, si no de la situación, hacía tiempo que no escuchábamos la primigenias voces. Me miró, le miré.

--Hasta aquí -- dije, sereno y tranquilo pero a la vez firme -- tengo hambre, quiero cenar.

Giré sobre mis pasos y volví a casa a cenar.

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