El espíritu de la Navidad dorada

23 de diciembre. 11:30 de la noche. Tri-tri, cantó el móvil.

— ¡Vecino! ¿Todavía no te has dormido?— Marko, recostado junto a su mujer, no podía cerrar los ojos. Miró a la ventana, al cielo oscuro, buscando refugio. ¿A dónde volar?— ¿O te pesqué follando a tu mujer? A qué vecino tan libidinoso.

—Intento dormir— dijo ahuecando la mano para no despertar a Karla.

—Ay contigo, vecino. Siempre intentas. Espero que la cena de mañana quede a la altura, pues con ustedes nunca falta el detalle que lo estropea todo.

Marko carraspeó, se imaginó a César en su jacuzzi, bebiendo cava y fumando sus apestosos puros.

—Te prometo César, que no quedarás decepcionado y créeme, tu mujer estará encantada.

Escuchó la risa ventajosa y podrida de su vecino. El olor de la burla era sulfúrico.

—¡Oh, qué reto! Vale. Sorpréndeme. Duerme sin sudar, que has de haber hecho mucho empeño en superarte. Ja, ja.

Apagó el aparato y le dio la espalda a Karla, en bendito sueño, inflándose a cada respiración como bollo horneado.

Mordió la orilla de su cobija hasta dejarla húmeda. Le dio vueltas al asunto de la cena. Temía que todo saliera mal y que eso fuera otro motivo más para que César ventilara en la comunidad los malos anfitriones que eran. 


24 de diciembre. 9:30 de la noche. Karla puso villancicos. Ella, con su sonrisa de plata y labios de coral, lo enternecía todo. Ring-ring, dijo la puerta. Marko se acercó y su mano tomó el pomo. Recordó a Sartre y le vino una náusea infinita. Ser o no ser sobre el tapete que pregonaba "Bienvenido, estás en tu casa" — Regalado por el mismísimo César—. 

Al abrir le explotó un tubo con miles de papelitos recortados. Dos o tres se le metieron por la boca. 

—¡Ja, ja!— Acometió César. 

—Bienvenido, vecino—, dijo a la noche, a la calle, a las sombras.

Entró y besó a Karla en la boca. Siempre lo hacía. Un gesto amable en tiempos de COVID, decía. Su mujer le siguió detrás, gris, con los ojos encapsulados por una mueca triste. Avanzó leve, casi sin tocar suelo. Karla la abrazó y por momentos la hizo brillar, sus dientes, en un destello, parecieron luces de navidad y eso la arrebató del anonimato y su nombre, Clara, brilló como la estrella del pino decorado.

César se sentó en la cabecera. Sabía que le pertenecía.

—Pero ¿qué tenemos aquí? Karla, que te has esmerado en la mesa. Lomo, pierna de cerdo, y… ¿qué es eso, vecino?— preguntó con los ojos de plato.

—Pavo, pavo ahumado. Lo ha mandado Ricky desde San Francisco.

—Espero que valga la pena. Dale las gracias al mariquita de tu hijo, que allá la vida es dura para el extranjero.

—Se las sabe arreglar. Gana buen dinero.

—¿En qué me dijiste que "trabajaba", ja ja. Ya sabes, con comillas.

—Ingeniería en robótica.

—Ah, sí.— César sacó la lengua, parecía un cuchillo amargo que lo podía cortar todo. —Pues hinquémosle el diente, vecinos.

—Recuerda, César, deja espacio para el pavo, que es lo último.

—Aquí cabe todo— dijo mostrando su estómago y tamborileando sobre él.

Cenaron, él sin control, ellos, con moderación. Las mujeres hablaban quedo de sus días juveniles plagados de aventuras soñadoras. Marko miraba con recelo al comensal, pero parecía que a César por fin algo lo satisfacía.

—Es hora del pavo ¿no? No es algo que me encante, pero se ve bien. Espero que este platillo no eche a perder la velada.

—No lo hará. Créeme. Ahora, danos el honor de partirlo.

Marko le acercó un cuchillo. César se levantó blandiendo el metal. El pavo era como de oro líquido y una armadura de pellejo crocante que le invitaba a mordisquearla. Acercó la punta a la pechuga…

El pavo se levantó de un salto sobre el platón salpicándolo de salsa. Su cuello sin cabeza se curvó y los alones se apoyaron en su cadera grasosa.

—¡Momento, esbirro del demonio! Como te atrevas a pincharme me meto en tu boca de un salto y te ahogo.

César no lo podía creer, el ahumado hablaba. Se atragantó, pero pudo balbucear.

—¿Quién… quién eres tú?

—El espíritu de la navidad. He venido a saldar cuentas. Has hecho estropicios por todos conocidos, pero lo peor, por lo que estoy sobre tu alma, es porque engañas a tu mujer.

—¿Eh?

—No lo niegues. Rita, la niñera.— Del abdomen ahuecado del pavo salieron varias fotografías.

Clara las miró y saltó sobre la mesa y… luego sobre su marido. Golpeó, golpeó con una furia de ángel vengador. César salió a la noche gritando:

—¡Violencia de género, violencia de género!


25 de diciembre. 10:30 de la mañana. Marko tomó el móvil y le mandó un mensaje de texto a su hijo:

"Ricky, gracias por el pavo-robot, todo salió de maravilla. El rastreo al GPS me llevó a un hotel. Imprimí las fotos. Divorcio seguro. Gracias por este gran regalo".


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Santiago Manuel de la Colina
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