Consciencia

Ese día amaneció para todos igual, pero no para mí, me sentía extraña, como si estuviera prisionera en mi interior, apenas sentía capacidad para expresar un tenue saludo de cortesía, no tenía palabras que ofrecer esa mañana, así, en ese estado me dirigí a mi instituto. Como todas las mañanas iba en el autobús viendo por el ventanal el mundo pasar tan ajeno a mi, me sentía como si yo no perteneciera a él, podía verlos, pero ellos a mí no.
La primera clase transcurrió como un vendaval, rápido y bullicioso, enérgico, ajeno por completo a mi silencio.
La segunda jamás la olvidaré, entré en clase de mecanografía y me senté, situandome frente a mi máquina, comencé a calentar mi dedos, que cada vez iban más rápidos, concentrada en la pantalla luminosa que tenía frente a mi, viendo letras y letras sin sentido pero que mis dedos sabían interpretar, cogí velocidad, y en ese instante ya no ví más, sentí un fuerte cosquilleo en mi cabeza y un extraño tirón hacia arriba, me estaba desprendiendo de mi cuerpo que seguía, como si nada, realizando como un autómata los ejercicios, pero yo me estaba elevando, no me sentía separada sino estirada hacia arriba, podía verlos a todos, ¿Qué me estaba pasando?, no lo entendía,un miedo atroz y paralizante me recorrió, ¡Dios mío! ¿Me estaba muriendo? Podía seguir subiendo y estirando hasta que ya no pudiera más. Y entonces qué? ¿Se rompería la unión con mi cuerpo? Y si entonces ya no podía volver? ¿Caería mi cuerpo muerto frente a todos? Entonces sí que me verían por fin....solo tal vez.
Pero no, quería volver a mí cuerpo inmediatamente y con urgencia, el terror inundó todo mi ser y pensé.... Tengo que dejar de escribir, tengo que volver antes de que sea demasiado tarde. Y grité sin voz, con una intensidad que hubiera dejado sordo al mundo, Deja de escribir!! Para...para yaaa!!
Y paré. Me detuve con una sensación paralizante. Volví como en esos momentos rápidos que duran una eternidad, volví, mareada y asustada, mis ojos intentaban enfocar lo que tenía delante de mí, sentía como si mi alma estuviera ajustándose a mí cuerpo como una mano a un guante, como un cojín mullido se adapta a su funda buscando ocupar todos los huecos libres para quedar completamente lleno y perfecto.
En ese momento la profesora, que se había percatado de que había dejado de escribir, me instó a continuar, con una persistencia casi ilógica para mí, claro, ella no lo sabía, no podía entender, entonces me excusé como pude y salí, me fui rápida y sin rumbo fijo a digerir lo mejor posible lo que me había ocurrido.
Si una cosa tenía clara ese día es que no iba a volver a tocar una máquina de escribir, al menos durante mucho tiempo.

Eva María Caro Martínez.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Escribir un relato kafkiano. Reunión del viernes 4 de marzo a las 19:00 horas por ZOOM.

Al río, no

Reto del relato vergonzoso