Despatado



Llovió aquella noche. Lo recuerda muy claro. Estaba sentado en la parte trasera del sedán de Pérez, un colega; aburrido, veía cómo se arrastraban las luminosas gotas que se descolgaban sobre el cristal. Echó vapor y dibujó una carita triste y no sabía por qué, pero se sentía así. Fue entonces que vio el impacto. En ese instante estaba mirando al dueño de la tienda de enfrente abrir la puerta de su coche. ¡Track! No puede evitar contraerse mientras camina hacia el metro. La imagen vuelve y vuelve una y otra vez. ¡Track! El frente de un Mercedes impactando la puerta. ¡Track! Piernas machacadas y separadas de sus muslos. ¡Track! Sangre a montones. El tipo huyó. Camina rápido esquivando a la gente que le empuja. Al llegar a las escaleras mecánicas se le adelanta una mujer y le da un codazo. ¡Vieja pu..! Ella resbala y sus pantorrillas se rasgan con el filo dentado de los peldaños de metal. Sangre. No puede evitar ver eso y sus piernas vibran monstruosamente. Desde el accidente, si alguien tropezaba, cojeaba o le faltaba un pie, las piernas le cosquillean sin control y eso le causaba mucha inquietud. La mujer aúlla. Salta de la escalera ante el escándalo que se está gestando.

Se sienta en un rincón y entierra su cabeza en los muslos cosquilleantes. Tiembla. ¡Ya, calma, calma..! Respira hondo y se levanta entre pasmado y atribulado, caminando casi a ciegas. La gente le mira y se hace un lado. Entra a un vagón y se recarga en la puerta. Deja que su sudor se destile en el cristal. Echa vapor y quiere dibujar una cara alegre pero las gotitas de agua se desvanecen. Un hombre lee un periódico: "Se ha identificado al autor material del atropello y fuga". Se cubre el rostro con las manos. Siente culpa. ¿Y si había alterado sus recuerdos? ¿No era él quien manejaba ese coche y se distrajo pintando una carita alegre en el parabrisas? De seguro lo han reconocido. Al salir la gente se aparta nada más al mirarle. ¿Y su coche donde estaba?¿Tenía un coche? ¿Por qué andaba en el metro? En el edificio de oficinas toma el elevador y la gente sale asustada, empujándolo. Sus compañeros se levantan de los escritorios al verle pasar.

—¡Oh!

La voz del jefe:

—¡Martínez llegas muy tard..!

Silencio. Él se encierra en su despacho. Recorre la silla hasta que el escritorio se le hunde en el vientre. Los codos caen como puntas de bollo duro. ¡Track! ¡Track! Coche negro, ríos rojos, una carita amarilla sonriente y burlona le mira colgando del espejo en el coche de Pérez.

Alguien carraspea. La puerta se abre. Su jefe entra y detrás de él tres desconocidos que visten de gris y abotonados hasta el cuello.

—Martínez. Este es el Oficial Mayor…

Suda. ¡Me revientan, la autoridad!

—… de la Policía…

Lo sabía, lo sabía. ¿Cómo su mente pudo ocultarle todo?

—… de Asuntos Paranormales.

¿Eh?

—Señor Tellado, haga el favor de cerrar la puerta. Señor Martínez, parece que usted ha perturbado la paz ciudadana.

—No entiendo— dice sorprendido.

—Tomaremos asiento. Señor Tellado, nos hacen falta un par de sillas. Usted fungirá como testigo.

El jefe Tellado abre y da órdenes. Una vez colocadas las sillas, el oficial les pide a todos que tomen asiento.

—Señor Martínez, como Autoridad del Control de Fenómenos Paranormales abrimos un "indictus" para formalizar un crimen de categoría "A", de "Alarmante".

—¿Qué sucede?— pregunta saltando de rostro en rostro.

—A ver, señora Secretaria, anote. Se le acusa al "indicto" de amenaza psíquica, alteración del orden con juegos mentales. ¿Ya anotó señora Secretaria?

—Si, señor Oficial Mayor.

—Señor Tellado, levántese y vea que la señora Secretaria lo haya anotado todo. Recuerde que es usted testigo.

—¿De qué se me acusa?

—Martínez, ahora le toca a usted. Levántese.

—¡No, no!— Grita manipulando su índice.— Ustedes me tienen que explicar…

—Señor Ejecutor haga que el "indicto" se levante.— Ejecutor es como un mastodonte. Al levantarse mueve el escritorio.

—Ya voy, ya voy— dice él mostrando sus palmas, para tranquilizarlos y se levanta.

—Ahora, hágase hacia la derecha.

Lo hace y un rosario de ¡ohes! retumba en las paredes.

—Señor Martínez, no puede andar por ahí en esas condiciones. Le han acusado de terrorismo mental, de manipulación subliminal, de control psíquico. Señor Ejecutor, tome en custodia al señor Martínez.

—Pues ¿qué he hecho?— Interrogó angustiado.

—Pues que usted no puede andar así como así por las calles o en el trabajo, despatado, flotando como si no pasara nada.

Se mira las piernas y… no las encuentra. Han vibrado tanto, que ya no se le ven. El Ejecutor avanza hasta él. Martínez le da la espalda para chocar con el amplio cristal de la ventana. Transpira, come aire a bocanadas. El Ejecutor lo separa del cristal dejando en su superficie el rastro de una cara contraída por el horror.
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Santiago Manuel de la Colina
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