Sueños líquidos

Hay, en el lago, hojas verdes teñidas de ocre en sus puntas. El agua me llega hasta el cuello, pero es como cristal. Veo hacia el fondo. Las olas verdes van peinando el lecho florido y tocan las suturas del lecho; los cabellos verdes que brotan de la arena submarina, son cepillados con cuidado. Entonces, ese color tan ocre se transforma, primero en ámbar, luego verde-azul o púrpura chillante. De pronto, las olas se repliegan porque el lago ha visto algo en el cielo. ¡Oh! Una nube gorda, de tonalidades rosadas, nos cubre. Me rodea y va arrastrándome hacia el cielo. Trato de aferrarme a las algas, intento correr, piso la grava ocre y ruidosa de la orilla del lago, pero me convierte en nube, en agua flotante. Vamos por el valle, tras las colinas tupidas de arbóreas excrecencias para robarles humedad, invertirla en lluvia fértil que se relaje y se tiende sobre el bosque para alimentarlo, y así, la nube es ahora un río rosado que flota, y sus aguas me llevan, devolviéndome la carne adormecida. Poco a poco, siento en la piel el rozar de ese plasma cristalino que, en instantes, pasa a ser un aire que abraza a los árboles y juguetea con mi cabello para hacerme volar y me aferro a sus cabellos húmedos. Conforme volamos, vuelve a convertirse en vapor algodonoso. Estoy demasiado alto y veo al río que viene del mar para conectarse con el borde del lago. Sigo con mis ojos la cuenca iridiscente, ya se deja ver el cristal tendido, adornado de nubes entornadas y reflejos de sol, el viento acaricia la superficie y la piel del lago se estremece, pequeñas olas delatan sus emociones. Me acerco a la orilla y sus filos lengüetean los bordes arenosos. Aflojo entonces mi cuerpo, extiendo mis brazos y separo las piernas; en segundos estoy sentado en la superficie y me hundo hasta las caderas. He sacado los dedos de los pies de la superficie del agua. Puedo ver detrás de ellos a los árboles que crecen a la orilla. Sentado en la arena color piel me deleito en el cielo espumoso color lila. El lecho, nada profundo, está vivo y cuando toco sus dunas aterciopeladas bajo el agua, el planeta se estremece. También veo recostado, en su concha marina, al alegre Míster Pez. De su bocaza saltan burbujas de jabón que regurgita con fascinación y las mira como si contemplara, maravillado, mil mundos diferentes. Lady Pez tiene lentes oscuros y está dormitando. Míster Pez la toca con su aleta y acaricia sus escamas. Luego se levanta y dice:

—Vamos a comer.

—No estoy vestido apropiadamente —le digo, pero justo cuando él se levanta, ya está ataviado con su frac aguamarina, brillante de humedad y sus zapatos de charol verde borboteando como si fueran fuentes de un pozo. Me pongo de pie y estoy vestido como vendedor de enciclopedias. Me doy cuenta que la tela chorrea por todos lados—. Bueno, no puedo irme así, mojado hasta los calzones.

—¡Mmh! — expectora Míster Pez—. No será problema, verás que el sol te secará las ropas antes de llegar al restaurante.

En efecto, andando por los caminos del bosque, y con tan poco contacto con el sol, las ropas van perdiendo humedad. Él, en cambio, camina echando aguas por sus branquias, tan seguro de su porte. Descubro que la pajarita que le aprieta el cuello, es en realidad una esponjosa estrella de mar.

Cuando llegamos al lugar, un palacete oriental, pasamos a sentarnos a una mesa. Mis ropas ya están secas y mis zapatos han dejado de hacer chocli, chocli; las suyas aun siguen filtrando agua de mar y, curiosamente, veo como saltan, de su pecho y bolsillos, diminutos peces multicolores y batracios verde fósforo. Éstos llegan hasta los platillos de los comensales, que se sorprenden con una alegría que les estira el rostro: 

—¡Qué delicioso ha quedado esto! —Dicen hinchándose de orgullo, como peces globo. 

Un mesero pone un par de platos de sopa de verdura. Miro mi plato y veo extraños nabos de forma humana, zanahorias color azul, verdolagas rojas. Luego deja también a un lado, un vaso con agua en el que un pulpo me mira expectante, recargando dos tentáculos en el borde del cristal.

—No me comeré a ese —le digo a Míster Pez.

—Oh, está allí para comerse lo que quede en tu plato.

—¿Es qué va a preguntarme si ya terminé?

—No, no— negó moviendo su aleta izquierda —él, lo sabrá. 

Cuando salimos, la noche hierve de estrellas y la luna es un lunar brillante en la piel oleosa de la noche.

—Me adelanto —dice Míster Pez, y de un salto se mete a una alcantarilla. 

Yo camino por las calles y las casas se aplanan en los muros, como si estuvieran pintadas. Cuando llego a casa de la familia Pez, la puerta está abierta. El tapete de la entrada es de musgo y dice: «Bienvenido a Casa».

Paso a la recámara. Lady Pez abraza a Míster Pez. Duermen en una concha nácar que es tan suave como un pan. Les cubre una cobija de bruma. Mi cama es de latón, sí, de sardina gigante. En lugar de colchón tiene agua tibia y el fondo es arenoso y palpitante. Me desvisto y entro en ella. De almohada, hay una colonia de anémonas que cantan una nana. Me recargo. Me crece el cabello tanto, que éste me sirve de cobijo. Me voy durmiendo echando burbujas de jabón, para despertar mañana, flotando en el mar.


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Santiago Manuel de la Colina
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Comentarios

  1. Precioso. Lleno de " metáforas exaltadas, referencias mitológicas y voces vivas". Recuerda al cultersnismo de Góngora. El sueño confunde ( ?) los sujetos. De tercer narrador ( a veces es Míster, a veces es Lady..) pasa a primero sin cambio de escenario. ("LES cubre una cobija...".." DICEN hinchàndose de orgullo"...
    " MI cama es de latón.." ) ¿tuviste una premonición del ejercicio propuesto por Celia Arias ?)
    ¡ me ha encantado!

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    Respuestas
    1. Hola, Eva!! Gracias por tu comentario. Uní pedazos de sueños con sus cambios de ubicuidad y la confusión, de pronto, en ser por momentos, parte de los otros, carne de pez, pero también, aire, agua. Te ves por dentro y por fuera. Lo que me gusta de los sueños es que el cerebro-mente te pone en situaciones de "ensayo" o "probabilidades" de escenarios y situaciones donde tienes que interactuar.

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