El mago

- Parece que por primera vez en mucho tiempo el Mago no ha metido las narices.

- ¿Crees que ya no vendrá, Voltios?

- Ya estaría aquí, a estas alturas ya estaría aquí. Bueno, ponte a cavar, yo me subo a la viga y vigilo.

Antonio el largo, el jefe, de pocas palabras, apoyado en el capot del camión miraba a Titi cavar en medio de la nave abandonada. El sonido de la pala entrando en la tierra seca, simulaba jadeos apagados de sexo por dinero.  El lugar estaba  iluminado por lanzas de polvo, que caían del techo de uralita agujereado, desde donde el Voltios, subido a una viga, oteaba en tiempos regulares el horizonte y a los de abajo, como una gárgola viva. Olía a óxido y a animales muertos.

-¡Deja de mirarnos, Voltios, joder!, ¡dirige tus putos ojos a la entrada!, ¡si viene el Mago lo tenemos que saber!

Titi desde abajo veía la sonrisa amarilla del Voltios y se llenaba de rabia.

-Antonio, jefe,-dijo Titi susurrando-,  escucha, acércate, mira: el Voltios es imbécil, deberíamos matarlo hoy y dejarlo aquí, es una carga, sabe mucho y es un inútil. No podemos prescindir de él de otra manera, tenemos que matarlo.

-¡Titi!, ¡cabrón!, ¿qué murmuras?- dijo el Voltios desde el techo.

-¡Basta!, ¡parecéis niños!: ¡Voltios, vigila fuera!, ¡Titi, cava!.- Antonio el largo miraba serio a los dos piltrafas: Titi gordo, pequeño y sin cuello, como una pelota; y el Voltios alto y huesudo y con una boca enorme llena de  desagradables dientes amarillos.

La jornada había acabado según lo previsto y el policía que los acosaba, el Mago, esta vez no parecía haberse enterado de nada. El agujero de Titi era ya lo suficientemente hondo para esconder los cadáveres de los conductores del camión del dinero. Se vestirían con sus ropas y se irían con el camión hasta el almacén. Al día siguiente harían correr el rumor de que los chóferes estaban en Las Bahamas tomando el sol y gastándose la pasta, era perfecto.

Antonio el largo miró a Titi, -¿los meto ya, jefe?-, el largo asintió. Fue entonces cuando el Voltios, desde arriba,  les disparó en la cabeza, en la coronilla a Titi y en la frente al jefe.

¡Ya puedes entrar Mago!, gritó el Voltios.

 


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