Llegó a mi como un tsunami

Y llegó como un tsunami.

Para nada esperaba yo a nadie, tranquilo estaba yo con mis fiestas, mis noches sin fin, mil caras diferentes cada fin de semana, mis litros y mis conciertos de música atronadora.
La autodestrucción canal era mi pasatiempo a tiempo completo. Nada de establecer relaciones duraderas, nada de echar raíces en los corazones de la gente, nada de memorizar cumpleaños, aniversarios, incluso apellidos.
Frenético con el pie en el acelerador hasta tocar tabla, deprisa-deprisa, sin miedo, sin visión, sin futuro.
Bendita juventud donde nada importa y la inmortalidad es un síntoma de una grave enfermedad.
No daba dos duros por mi, ni por nadie, apuraba los cigarrillos como los días, apretándolos al final con rabia y desesperación. Apretando los dientes, aguantando el llanto.

Pero llegaste hasta mi como un tsunami, arrasándolo todo, no dejando un solo tabique en pie, mi perfecta destrucción y caos que había construido para mi, fue aniquilada, destruida, arrasada.
Mil kilos de dinamita lo hicieron saltar todo en pedazos.

Empecé a dormir algo más de cinco horas, salía a pasear, incluso limpiaba ese zulo que tenía como piso de vez en cuando. Todo cambió.
En mi despensa había algo más que latas de alubias y cervezas.
Ya no se acumulaban los vegetales pasados en la encimera de la cocina, las persianas de casa se levantaban antes de las doce del medio día. Incluso empecé a saludar a algunos vecinos.

Llegaste como un tsunami, sin que te buscara, sin que te llamara, sin que te invocara.
Te acomodaste en un rincón de mi hábitat e empezaste a escarbar tu hueco, un hueco que me destrozó, acabó con mi forma de vida.

Llegaste a mi vida un día de lluvia, no podía ser de otra manera, después de haber visitado mis antros preferidos y encontrarlos desiertos, decidí volver a casa, por el camino más largo.
Y allí estabas tú, en esa esquina, empapada, con esos ojos color canela que me embaucaron.
Me miraste y empezaste a caminar detrás de mi, bien sabe dios que soy un hombre fácil y no te costó que dejara subir a casa, te pusiera algo de comer y desde entonces no te pude echar de mi vida.

Arrasaste mi vida.
Ahora salimos a pasear tres veces al día, procuro que no te falte nada, que no me falte de nada.
Me he vuelto más comunicativo, si bien rara vez me contestas.
Hasta el quinto día no supe como dirigirme a ti, DANA, te llamé, bonito nombre para un labrador.
Pienso en cambiar de piso, irnos a las afueras, una pequeña cabaña en el campo, lejos de la gente, del humo y del ruido.

Tiago.

Comentarios

  1. La autodestrucción la detuvo un perro que trajo la dana, es una bonita historia de amor con tintes muy reales. Quien no tiene un animal no sabe lo que se pierde, lo que eso transforma.

    ResponderEliminar
  2. Describes muy bien el desorden vital, la rutina alocada, la rutina que nos lleva al desgaste personal imparable pero también cómo un hallazgo fortuito nos devuelve la razón de existir.
    La narración parte de una situación de asfixia , el final, por contra, nos abre la esperanza, nos devuelve aire puro, frescura. Así lo he sentido yo...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Tu oipinión es importante. Déjala aquí.

Entradas populares de este blog

Escribir un relato kafkiano. Reunión del viernes 4 de marzo a las 19:00 horas por ZOOM.

Al río, no

Reto del relato vergonzoso