En la oscuridad.


 

            La noche era fría y tempestuosa. La lluvia arreciaba con fuerza contra la ventana de la cabaña y yo contemplaba cómo la oscuridad se adueñaba del paisaje. Aquí en el campo, sin alumbrado ninguno, el mundo se cernía bajo tinieblas.

            Encendí un pequeño candelabro para iluminar la estancia y me recosté sobre el sillón frente a la chimenea. Junto a la misma se encontraba Bram, un esqueleto que me ayudaba en mis labores médicas. Sin duda, con aquel temporal lo único que desea uno es un lugar donde refugiarse, pensé.        

         

   Un lugar donde refugiarse…

 

            Esas palabras se repetían en mi mente como una oración. Una que se reza sin pensar porque forma parte de ti. No llevaba mucho tiempo sentado cuando se descargaron tres golpes secos sobre la puerta. ¿Quién podría llamar con semejante temporal? ¿Sería algún paciente?

            Abrí la puerta y para mi sorpresa no había nadie. Miré alrededor y solo vi sombras y oscuridad. Lo único que descubrí fue una carta, empujada por el viento contra la puerta. La cogí y cerré la puerta. Me situé junto a la chimenea para ver mejor y abrí la carta. En su interior había un trozo de papel que me dispuse a leer en voz alta y decía:

           

            Recítame y despertaré. La vida y la muerte concédeme.

 

            Recité la frase varias veces y miré a mi amigo huesudo extrañado. La ventana se abrió dejando entrar un viento huracanado y un aura espectral, aquellas palabras tenían su propia fuerza. Asustado, cerré la ventana y, recostándome de nuevo en mi sillón, el sueño comenzó a acariciarme con su sedoso manto y me dormí…

 

 

 

            Un estruendo me despertó de inmediato, sobresaltado. Las velas del candelabro estaban apagadas y solo quedaba el tenue resplandor que emitía la lumbre. Miré alrededor, algo parecía no estar bien. Un gélido escalofrío recorrió mi cuerpo erizándome la piel. Comencé a sudar frío cuando reparé en que Bram no estaba. Junto la chimenea no había nadie.

Debía de ser una pesadilla, una fastidiosa pesadilla, o eso quise creer. ¿Cómo podría desaparecer un esqueleto de la nada? Busqué exhaustivamente por cada rincón de la casa inquieto hasta que desistí, agotado. Me retiré temeroso a mi dormitorio con los ojos pesados, las piernas flaqueando y el alma estremecida.

            Una vez estuve en la cama cerré los ojos. En la oscuridad, sentí como me embriagaba una sensación lúgubre, un aura sombría y espeluznante. Sentí cómo las tinieblas iban envolviéndome en su danza fúnebre, arropándome. Abrí los ojos y nada cambió, todo estaba oscuro. Nada se discernía hasta que miré hacia la puerta de mi dormitorio que estaba abierta. Ahí, en la oscuridad del cuarto, junto a la puerta, se erguía una figura lánguida y demacrada que me llamaba con el dedo índice de su huesuda mano, tenía una sonrisa vacía. En su mirada vi la soledad y la muerte.

            Ahí me di cuenta que nunca tuve un esqueleto.

           

             

    

Enrique Olmos Avilés

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