OJOS DE MOSCA

Es su hora. Se acerca a mí y posa su naricilla en mis rodillas para recordarme que es su hora. Interrumpo la lectura y acaricio el hocico de Moma. 
Mientras me ato las zapatillas ella muerde los cordones, se agita a mi alrededor, revolotea mientras parece sonreír. Levanto la voz enérgica para aquietarla. Se sienta sobre mi pie descalzo y espera inmóvil, la mirada fija en mi mirada severa. Noto su calor en el empeine. Me levanto. Me salta, bulle, ladra nerviosa y si la chisto para que se calle traslada su agitación frenética al rabo . 
Salimos. Ella, libre, sin correa. El gato negro del vecino se solaza a escasos metros de mi puerta. Es arrogante, seguro de sí mismo. Moma, prudente, se detiene, pliega su patita delantera como si se dispusiera a emprender una carrera desenfrenada tras el felino, pero el felino, engreído, la ignora y Moma emprende un trotecillo disimulado en otra dirección.En la calle me recibe una bandada de gorriones. Aparecen, como siempre, ávidos, descarados y yo, que soy una sentimental, les sigo el juego. Les dejo su ración diaria de pan y agua sobre la mancha blanca de la acera. 
Moma se despega de mí. Nunca se aleja. De vez en cuando se detiene y gira su cabecita para asegurarse de que la sigo. Las dos sabemos que es ella quien me sigue a mí. Soy yo quien se lanzaría al mar en pleno invierno si las olas la arrastraran. No le quito el ojo de encima, pero mis ojos , como los de la mosca, tienen cientos de retinas que hoy se posan en todo cuanto me rodea. Descubro así un mundo pequeño, invisible a las prisas, al enfado, a la rutina ciega. Mis sentidos están alerta.
En el suelo entre las agujas de los pinos , como gota de óxido, brilla  una moneda. Es un céntimo. Miro a mi alrededor. Nadie lo reclama.  Quizás un céntimo no merezca el esfuerzo de agacharse, pero yo  me lo guardo en el bolsillo. Dejaré desconcertada a la cajera del supermercado cuando deposite uno a uno los céntimos que he ido recogiendo del asfalto .
Sigo , a paso tranquilo, la mirada atenta dispuesta a encontrar nuevos objetos, esos que un día fueron viejos y  quedaron abandonados, deseando  ser descubiertos para darles otra vida posible. 
Junto a los restos de una buganvilla recién podada yace un destornillador. Es joven. Aún brilla. ¿Qué manos torpes lo dejaron caer?. ¿Quiso ,alguna vez, abrir una caja llena de cartas infieles?¿Quiso abrir una puerta que no quería ser abierta? ¿ o tal vez se hundió en la tierra blanda para esconder el bulbo que asomaría en primavera? Dejo volar la imaginación . Invento una respuesta y maquino  crear una fábula con estos ingredientes..
Me he despistado de  Moma . Esta vez es ella la que me vigila. Se pone a mi lado, pero en seguida se lanza a la carrera hacia un nuevo objetivo. Lejos, en la línea de su horizonte, avista movimientos. El hombre, absorto en su labor, apenas percibe su presencia. Ella insiste, reclama la caricia del anciano. Su cuerpo maltrecho tiene forma de ele. Descarga bolsas, una a una inclinado como una alcayata. No puede mirarme. Su cuello gira con resistencia como la puerta que no quiso  ser abierta.Quizás a él si le sería útil mi nuevo viejo destornillador, Quizás conseguiría desmontar las vértebras que un día perdieron sus goznes le  condenaron a que sus ojos solo pudieran mirar el suelo para no  escupir al cielo  su maldita suerte. 
No le ofrezco mi destornillador. Le ofrezco mis manos que él acepta. Una a una voy depositando las bolsas en el umbral de la puerta . Él me regala unas naranjas, que yo acepto, recién cogidas del huerto, me dice.  Vuelvo a casa con una sonrisa en el alma dispuesta a contar a quien quiera escuchar que las calles encierran secretos, fáciles de desvelar con tan solo despertar los sentidos.
La luz del día, el amable frescor de la mañana, el gorjeo de los gorriones, el trotecillo de Moma  hacen que hoy mis ojos de mosca no se enturbien viendo cómo siguen ahí los botes arrojados por manos crueles, colchones abandonados entre los pinos,  escombros arrojados junto al acantilado que sólo el mar se ocupará de barrer arrastrándolos hacia sus entrañas, gaviotas picoteando la carroña que nadie retira de la orilla de este mar enfermo. .
Pero eso ya lo contaré otro día, cuando la luz sea gris, y ya no oiga piar a mis gorriones. 

Eva M-B

Comentarios

  1. Texto muy correcto, pero le falta creatividad, es un relato que denota potencial, pero hasta ahora no ha demostrado originalidad, es mi opinión.

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