Prólogo

La autovía transitadísima parte la nave en dos, es irreal, es como me dijeron. 

Estoy aparcado en el andén, tengo la punta del pie en la línea blanca, escucho pasar los coches como enormes balas. He puesto el triángulo, las luces intermitentes y ahora  mido las distancias, hasta estar seguro de que me da tiempo a cruzar hasta la mediana. La parte de las máquinas está en el lado opuesto a donde he aparcado el coche. Me intimida el claxon del último camión, agudo cuando viene hacia mí y grave cuando se aleja. Me parece todo, el taller atravesado por la carretera y los dos matices del sonido del claxon, una alegoría al tiempo que ha pasado, como una reverberación fantasmagórica del pasado, que empuja, pero solo es un estertor melancólico.

El ruido del claxon se disuelve y los coches cesan de transitar en este sentido, cruzo y llego a la mediana, me queda la otra mitad, y las ruinas se ven más próximas y el corazón se me sale del pecho. El río de coches vuelve a mi espalda y los que están en frente no cesan. Pongo la punta del pie en la línea blanca y busco huecos suficientemente grandes como para atravesar el asfalto sin ser arrollado. El ruido de los motores es constante, como si hirvieran tornillos. Ahora cesa el tránsito, ahora puedo, corro, cruzo, me planto en el otro lado.

Aquí hubo hace treinta años movimiento lento, una carreterucha que venía del pueblo y comunicaba modestas fábricas y talleres con la nacional, que partía de allá bajo. Le llamaban el polígono a esta zona, un desierto con naves hiladas a un lado y a otro del camino alquitranado. Bajo el terraplén y en dos pasos estoy ya sobre antiguos suelos que pisaba de joven. Los muros no están, pero sí las vigas que aún sustentan un cielo de chapa agujereado y sí los hondos de lo que eran las estancias. Queda la cabina suspendida, la veo, desde la que el patrón nos miraba y algún hierro de lo que serían carros y allí, sí allí, la minerva que me dijeron, la impresora tipográfica de la que me encargaba. Los recuerdos punzantes han hecho que dejara de apreciar el ruido, que ahora vuelve con fuerza, otra vez hervir de tornillos, una vez que he encontrado mi máquina. Me acerco, el polvo la cubre como a mi cabello las canas, y en el suelo, hallo lo que me impulsó a escribir este libro, que es un juego de relatos. En el suelo estaban allí, como señales, como flechas que lanzar desde la creatividad del escritor, quien soy, palabras en moldes dispuestas para colocar y dejar que los rodillos imprimieran el papel del tímpano. Estas son las palabras que encontré y estos son los títulos de los cuentos de este libro: detective, manzana, cañón, gato, aire, cumbre, fresa, tormenta, taza y ordenador. Os cuento cómo ha surgido y ahora léanlo.

Toni Díaz


Comentarios

  1. Qué pillin, no está mal la argucia..has escapado con ingenio de la ardua tarea de semejante encaje de bolillos, entiéndase, de palabras..yo me he perdido antes de haber llegado al otro lado de la autovía...¿¿qué ha pasado con el coche, cómo vuelves a tropezar con tu " minerva", la vieja impresora?.." ¿"reverberación fantasmagorica"...?
    admito que sea debido a que intento leer desde el asiento de copiloto d
    mientras me dejo llevar

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  2. Tarea cumplida!
    No está mál como lo has resuelto.

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