El gran bazar

Estoy en una tetería, sentado en una mini banqueta de madera, con su mesita a juego, también mini, en una pequeña terraza, bueno si se le puede llamar terraza, porque estoy a pie de calle, una calle estrecha repleta de tiendas, en la que puedes encontrar casi todo lo que imagines, con una intensidad de aromas que llegan a mi nariz impresionantes. Los aromas de la tienda de especias que hay enfrente, aromas a manzanilla, hinojo, regaliz y tantos otros que hace que mi pituitaria descubra olores increíbles y exóticos, con un ir y venir de gente de todo tipo, de vez en cuando el olor a humanidad me abofetea la cara, ¡qué asco! se ve que aquí el agua esta cara. Muevo mi té con la cucharilla, le doy un sorbo, ¡está ardiendo!, no entiendo como con este calor pueden tomar cosas tan calientes, le soplo y le doy otro sorbo, está bueno pero muy dulce. Mis pensamientos vuelven al momento de mi necedad o quizá estupidez, no lo puedo creer como he podido ser tan tonto, me ha dicho que volvería y yo me lo he creído y ahora estoy aquí como un imbécil esperando. La verdad es que en realidad no me ha dicho que volvería, es lo que yo he querido entender, por qué un árabe chapurreando español y un español chapurreando inglés ¿se pueden entender? Bueno... la mímica ayuda mucho, pero no es infalible. A quien se lo cuente me dice que es imposible que sea tan mentecato, para que me haya pasado esto y en pleno corazón del gran bazar de Khan El-Kalili. Miro desesperado a todos lados, tiene que volver, sino me moriré de vergüenza cuando lo cuente. Mejor no lo cuento...así nadie se reirá de mí. Me empieza a dar frío por los pies, los miro, que pies más grandes tengo, no me había dado cuenta, la verdad es que no suelo mirarlos mucho, ellos son los culpables de todo. El camarero me mira, creo que interiormente se muere de la risa, él ha visto todo lo que ha pasado, está teniendo paciencia conmigo, hace rato que he terminado el té y le he pagado, pero permite que me quede. Me hace señas, para que mire a una persona que viene por la callejuela a toda prisa. ¡Es el! con una sonrisa de oreja a oreja, se acerca a mí, se arrodilla y con mucha parafernalia me levanta un pie, yo lo miro, mi confianza en la humanidad ha vuelto, me pone un brillante zapato y después el otro, me dice chapurreando español- bueno, bonito caballero barca oe - y me pone la mano para que le pague, le doy 200 piastras, me da las gracias y se va loco de contento pegando saltos. Veo en mi imaginación la escena de cómo comenzó todo, acababa de sentarme a tomar un té, paso y se quedó mirando mis zapatos y negando con la cabeza decía - limpio, limpio yo- yo asentí y ahí empezó todo. Todavía siento mi estupor, cuando rápido como una bala me quito los zapatos y salió corriendo. Jamás pensé que me iba a quitar los zapatos, solamente que me los limpiaría allí. Ahora me rio, pero en ese momento pensé lo peor, pero la verdad es los zapatos me los ha dejado como nuevos.

 Angeles Fernández

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