Retrofuturo

Ha pasado un minuto y ya siento cosquillas en la muñeca. El tiempo toca mi piel como si fuera un ser vivo. «Su café» me dice la chica que parece salida de Ghost in the Shell. Yo no he pedido nada. Ha de haber sido mamá. «Queridito, para tu vigésimo cumpleaños te regalo este relojico digital, muy mono. Es de Apple. Guayguach o algo guach». iWatch, le digo. Ella es de un siglo que ha muerto, pero es muy lista y sabe como convencerme. «Te lo doy con la condición de que aceptes que Gina te lea el futuro». Ya, ya… Ahí está mamá con ese rostro rosa, mirada azul, como de botones celestes. No confío, una nube negra ronda por sus cabellos enrulados. «Anda, querubín…» Cómo me choca que me diga eso. «Es un pequeño favor para ella, que tiene un nuevo cafelito muy bonico». ¿Bonico? Cutre, parece biónico. Todo es cobrizo por dentro y el mobiliario parece del siglo XIX, pero con esa pinta de mecanismos sofisticados que lo hace ver muy retrofuturista. «Ve al cafelito, te sientas y ella estará por allí. Tal vez se siente en tu mesa». Tal vez, tal vez… Ya han pasado cinco minutos y nada. 

 La chica me mira desde la barra. ¡Por Pokémon! No me había fijado en sus ojos. Trae… ¿Qué es eso? No sabía que hubiera lentillas negras que cubrieran los ojos hasta la córnea. Parece una alienígena. Da risa. «¿No vas a tomarte el café? Se va a enfriar». Mocosa molona. No ha de ser mayor que yo. ¿Y la señora esta que viene a leerme el futuro? No hay nadie más. Un sorbito vale. Hay demasiada calma aquí. Mmh, está bueno. Otro sorbito. ¡Qué bien sabe! ¿Qué le pondrán? ¿Red Bull? Hay una plaga de ruiditos mecánicos que merman mis nervios. Ella limpia la barra. Yo sorbo lo último y la mujer no viene. Pues… me parece que mamá me ha tomado el pelo. ¿Y no será que alguno de estos aparatejos incrustados en la pared sean de una Inteligencia Artificial que me leerá el futuro? Once minutos. Sí, algo así como Siri o Alexa dictándome el futuro. Sería guay. Ha quedado espuma de café embarrada en la taza. Viene la chica. Doce minutos. ¡Joder! La ha tomado y mira por dentro con sus prótesis oculares ¿Es que puede ver? «Oye, he venido a que me lean mi futuro y no ha venido nadie. Mira, Catorce minutos. Me voy ¿Cuánto es?». Ella dice: Veinte. «¿Veinte euros?» Lo repite: Veinte… y me quedo así como en la pasma. «Ese es tu número. El veinte». «No entiendo» Me canso, miro el reloj y digo, «Siri, temporizar cinco minutos» y ella deja andando un tiempo que brilla. La chica me dice: «He leído tu futuro y desde que entraste es el número veinte, eso es todo lo que aprecio». Leo el nombre en su blusa; Gina. Mi quijada rechina. «Eh, chico, no es mi culpa que el futuro me seduzca con el encanto febril de su peripecia orgásmica. El futuro es un fluido, es también como un animal. Se me mete a mi cabeza, rasca y rasca y veo lo que viene como si observara al mundo desde una ventana empañada. Lo que has tomado no es solo café, es el porvenir y ese, embriaga. Ya está dentro de ti. Es algo cuántico y en él conviven estos dos estados: la certeza y la incertidumbre. Es tu cumpleaños veinte, y el veinte es la base de los números mayas. Es la eternidad. Eso es lo que tendrás cuando tu reloj te susurre ese tiempo digital. El café y la consulta son gratis. Cuídate al salir. Nunca se sabe. Por lo que te queda, feliz cumpleaños». ¡Qué tía tan loca!

La calle tiene un fulgor extraño. Pero… ¡Mamá está al otro lado de la calle! ¡Qué buena broma me has jugado! ¿Por qué esa cara de miedo? Yo…

Tiriri titiri tiriri tiriri tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Nota: El reloj, aplastado, se quedó mostrando unos números que titilaban de forma irregular: el tiempo, quebrado en estertores, solo podía mostrar 20:20:202020202020, Ad Infinitum.





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