El estrangulador de la calle Roble


Un hombre yacía en la acera. Estaba de bruces sobre el concreto cubierto de hojarasca. Una mascada le rodeaba el cuello y cubría parte del rostro cuya mejilla estaba apoyada en el suelo. El agente Fisco se arrodilló para mirar de cerca a la víctima. Con una mano intentó retirar parte de la tela que ocultaba la boca.

—¡Eh, detective! —exclamó Lorena, la científica encargada del equipo forense—. No meta mano.

Fisco buscó su revólver y lo sacó de su funda. Acercó el cañón y con él  levantó una esquina. Lorena hizo una mueca de disgusto.

—Vamos, Lore, una pistola no tiene ADN.

—¿No? Fisco, debes de seguir las reglas si es que no quieres iniciar una tormenta en tu departamento. El capitán te tiene en la mira.

Fisco hizo como que no escuchó.

—Este señor debe de ser otra víctima del estrangulador. La mascada es de la misma clase que se ha utilizado con las otras mujeres —dijo muy seguro.

—Pero no es una mujer, evidentemente —indicó ella.

—Estás en la cumbre de la sabiduría humana, Lore. Tal vez sea homosexual o un travesti, y ya está.

Iñaki, del equipo forense, se acercó con su ordenador portátil y se sentó en la orilla de la acera.

—¿No han notado eso? —les preguntó a sus compañeros.

—¿Qué?  —preguntaron a la vez.

—La mejilla está abultada. Debe tener algo dentro de la boca.

—Es verdad. —dijo Lorena—. Voy a ver. Dame esas pinzas Iñaki.

Con destreza, la científica presionó la quijada abriendo los labios del muerto. Con la herramienta extrajo un trozo de periódico. Iñaki tomó  la iniciativa y fue retirando la mascada mientras Lorena extendía el papel sobre el cadáver. Leyó:

—Un estrangulador anda suelto.

—El titular después de su primera víctima, lo recuerdo, — comentó Fisco, muy orgulloso.

—Vean esas marcas en el cuello— hizo notar Iñaki.

—¿Rasguños? —preguntó Fisco, levantándose. —Oigan, alguien me puede traer un café? Usted, cabo Regino…

—¿Qué? ¿Quiere que vaya y le traiga su taza? Váyase usted al chiringuito ese de la esquina— le retó el oficial, un poco altanero.

El aire provocó que se levantaran unas hojas e hizo que un aroma llegara a la nariz de Iñaki.

—¿Perciben ese olor? Huele como a fresa.

Lorena tomó una solapa de la gabardina de la víctima.

—Sí. Pero no es esa fragancia. Aunque sí es el perfume de mujer.

—Ahora lo entiendo. Debe ser un copycat —exclamó Fisco.

—¿Un… qué?— preguntó Iñaki.

—Un copi-gato, bueno, un asesino que simula el perfil de otro para que le adjudiquen el crimen —trató de aclarar Lorena. — Un momento. Esperen.

Lorena tocó el cuello y notó que no había marcas de estrangulamiento. Miró la tráquea.

—A esté no lo han estrangulado. Le han roto la Manzana de Adán.

—¿No le dicen Nuez de Adán?— preguntó Iñaki.

—Da lo mismo, nuez de mi incumbencia— le contestó Lorena con ironía.

Fisco se aclaró la garganta y ajustándose el cuello de la camisa, dictaminó:

—¿Saben lo que pienso? Creo que este es el estrangulador y que su posible víctima le salió fiera.



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Santiago Manuel de la Colina
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