Péinate bien si vas a morir.

Amaneció nublado. Pero nada hacía presagiar la tormenta que se desataría horas más tarde en aquella oficina de la decimocuarta planta del edificio Bartomeu.
Mercedes llegó puntual a su trabajo después de dejar su casa recogida y de haber preparado comida para cuando su hijo llegase de la universidad. Se quitó el abrigo y lo colgó en la percha, junto a la estantería donde se guardan los informes de las últimas auditorías realizadas por su empresa.
Hacía frío. Así que se dispuso a encender la calefacción del aire acondicionado.
No encontró el mando. Lo buscó en la repisa donde debería estar, también detrás de la fotocopiadora e incluso en la papelera.
-¿Quién apagó el aire ayer? -Preguntó malhumorada.
Silvia tardó seis segundos en responder: Lo apagué yo.
-¡Y se puede saber dónde pusiste el mando!
No dejó que la pobre becaria contestara.
Comenzó a remover papeles, a empujar muebles y escarbar en cajones. Pero el remoto no aparecía por ningún lado.
Así durante casi 10 min.
Abandonó en su empeño y encendió el ordenador para comenzar su jornada mientras balbuceaba y despotricaba sobre su compañera con la que, como podréis imaginar,  no se llevaba del todo bien.
- Silvia, haz memoria. A ver, guapa, ¿qué hiciste con el mando?
Mercedes no podía concentrarse y necesitaba resolver esa situación lo antes posible. Así que decidió anticiparse y comprar otro mando por internet. Solo necesitaba conocer los datos exactos del aparato.
....
Teníais que haberla visto. Allí; encaramada como un gato sobre el borde superior del respaldo de uno de los sillones dispuestos para cuando algún cliente tenía que esperar a ser atendido: jadeando como acabase de escalar una cumbre e intentando leer la pegatina del split del aire acondicionado para ver su marca y modelo. Parecía una trapecista novata intentando mantener el equilibrio. Pero no lo consiguió.
De pronto se escuchó un grito y cayó violentamente contra la cristalera de aluminio que da a la calle tirando, de paso, la taza de los bolígrafos y el monitor del ordenador que había sobre el escritorio contiguo.
Fue tal el golpe, que el ventanal cedió y se precipitó al vacío junto a Mercedes.
Mientras caía desde -ya lo he dicho antes- el piso catorce, Mercedes, no paraba de hacer aspavientos y chillar por más por la impresión que por el pánico.
A la altura de la planta doce, en su caída, mientras se ajustaba la falda para intentar mantener la compostura, se dió cuenta de que empezaba a llover y no le gustó la idea de que se le estropease el peinado y de que esa fuese a ser la imagen que guardarían los curiosos cuando se acercaran a mirar su cuerpo inerte sobre el suelo mojado.
En la planta nueve pudo verse reflejada en un cristal y confirmar sus temores. Así que quiso hacerse un recogido rápido que le daba cierto aspecto de intelectual, y aprovechó para saludar con la mano a una chica que estaba mirando en ese momento a la ventana.
Tres plantas más abajo miró su reloj para, por curiosidad, saber la hora de su muerte; y en ese momento se acordó de que el día anterior el reloj de la pared de la oficina se había quedado sin pilas y que, sí, fue ella, cogió las pilas del mando del aire acondicionado para hacer funcionar el reloj. Y que luego lo guardó en su bolso con la intención de reponer las pilas. 
Y pensó en Silvia y en que había sido muy injusta con ella. No solo hoy, si no desdé siempre.... Pero esta historia ya os la contaré en otro momento. Ahora, centrémonos en Mercedes y en lo que irremediablemente parecía cerca de suceder.
En la cuarta planta se acordó de sus padres ya fallecidos, de su infancia, de sus hermanos y llegando a la tercera, rápidamente, de su ex, Paco. Pero fué en la segunda planta dónde pareciera que el tiempo se detenía y se preguntó si le había puesto orégano a la ensalada de pasta que dejó en el frigorífico para su hijo y que cómo le comunicaron lo de su fallecimiento. Es un chico fuerte, seguro que lo supera.
Ya desde la altura de la primera planta se veían las marcas de las primeras gotas de lluvia, y Mercedes se preparó para sentir el impactó y ese crujir de huesos. Y cerró los ojos.

Pero no vais a creer lo que pasó:
Justo en ese momento, a escasos  tres metros del suelo, paró un camión justo debajo.  Era un camión con techo de lona que aparcaba siempre allí para descargar en la frutería que había en la esquina.
Mercedes impactó contra el techo y rebotó como disparada por un cañón, con tal fuerza que subió de nuevo a la tercera planta; donde Paco.
Pero de nuevo cayó pasando por la segunda y ¡claro que le había puesto orégano a la ensalada!
Y se deslizó por el toldo de la frutería para descansar sobre unas cajas de manzanas, fresas, y otras frutas y verduras, que había expuestas. Se arregló de nuevo el pelo, se levantó y subió a la oficina a disculparse con Silvia.

Me llamo Antonio Martín y soy el detective que la compañía de seguros contrató para investigar este siniestro.  


Rafa Moreno

Comentarios

  1. No ha lugar a detective no ha siniestro...l
    Leyendo el cuento no parece ser escrito sino contado, cargado de humor negro y en la línea de la narrativa del absurdo. Sorprende de principio a fin..

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  2. Gracias Eva por tu comentario.
    Es cierto que el detective sobraba pero después de terminarlo me di cuenta de que faltaba esa palabra obligada.
    También por falta de tiempo no pude revisar ni corregir algunas cosas que veo ahora.

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  3. Tiene momentos de una gran comicidad..Una historia, despojada de prejuicios,trepidante y desbocada que te arrastra a seguir en ella,surrealista y fresca. Rafael Azcona y Berlanga hubiesen disfrutado con ella.
    El detective,colocado al final,en separata,se puede poner en valor como un giro narrativo para continuar con la historia.Humor del bueno. Rafa M.😀👍

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