Se fue mi Esperanza

En la homilía del domingo pasado nos dijo D.Zenón que para hoy, Día de Todos los Santos, escribiéramos un panegírico en recuerdo de los que un día estuvieron entre nosotros y se fueron para siempre. Insistió en que sería el mejor homenaje que podríamos rendirles y una forma de sentirlos cerca. A mí me ha costado hacerlo no por pereza sino por superstición, no vaya a ser que..., 
 

Hoy me viene a las mientes mi sobrina Esperanza.


Todos la conocisteis. Indómita, rebelde, se negaba a doblar el espinazo. Recuerdo aquella primavera en que llegó de Madrid escuálida, encogida, pálida como una endibia. Con los aires del pueblo fue creciendo fresca, lozana como las berzas del huerto y trece meses después ¡válgame Dios! marchó lustrosa, rolliza ; aún la veo asomada a la ventanilla del tren diciendo adiós con aquella mirada angelical con la que a tantos engatusó.


Mi hermano me la había mandado creyendo que los rigores del frío y la dureza del campo la meterían en cintura pero ella, que había nacido levantisca y díscola, se las amañaba para que el campo nunca fuera lugar de labranza sino de holganza, nunca de sacrificio sino de fornicio.


Poco tardó en llamarse hija nuestra. Al oírselo decir yo sentía que les usurpábamos ese derecho a los suyos, a los que le dieron la vida...nosotros solo intentábamos sacarle provecho pero ¡ni por esas!.


¡Qué a gusto debieron de quedarse durante el tiempo que pasó aquí, todo el año carnestolendas...¡Qué callado se lo habían tenido ellos y , que dios me perdone, el maldito de D. Damián (q.e.p.d.), cura por entonces del pueblo y, como mi hermano, paisano de Villarejos. Siempre atareado en la sacristía atendiendo el vino sagrado, los cálices y las sotanas no me advirtió de las querencias montaraces de mi sobrina, bien que las conocía él por la confesión. Y bien que eran montaraces ...Al monte tiraba la chiquilla cual cabra a recoger espigas y caracoles. Eso me decía... Nunca, en los meses que aquí estuvo, probé yo ni uno siquiera, aunque babas traía. De las espigas que tampoco vi juraba que habían quedado olvidadas encima de un peñasco y otras veces, la muy pía "se las había llevado a la Virgen"...¡qué sé yo la de excusas que inventaba!.


En lo que sí decía verdad era en lo de su afición al campo. Sus faldas la delataban, llenas de hierbajos, espiguillas y pinchos enredados en las puntillas que con tanto esmero yo le planchaba.


De D.Damián (q,e.p.d.) decían que sentía especial preocupación por salvar las almas de efebos y adolescentes expuestos a las tentaciones de la carne, especialmente en tiempos de escasez. Habladurías o no lo cierto es que nunca hemos tenido la parroquia tan cepillada ni monaguillos mejor parecidos que en la época de D.Damián.


iMi pobre Esperanza.


¡Cuántos pollo se comió en el tiempo que aquí pasó!... Aún me acuerdo del que se le escapó a Enriqueta, la dueña del único bar de la aldea. Cuando mi sobrina apareció con él debajo del brazo me juró por su madre que se lo había encontrado en la era picoteando solitario. Yo levanté los ojos al Señor y me santigüé. Aquella semana comimos y cenamos gracias al pollo y a mi sobrina.


¡Ay, mi pobre niña! Murió antes de tiempo; se atragantó, no sabemos con qué, sin sufrir. Partió oronda dejando tras de sí esperanzas y sueños que la Muerte, caprichosa, le arrancó. En la retina me queda su última imagen. El Tren se la llevó y a mí me envolvió en una densa humareda haciéndome creer que , por fin, me hallaba en el Cielo.


Que En Paz Descanse.


Eva M-B

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