Al río, no

La Llorona quiere abrazarlos, acunarlos, peinarlos. Pero, hay que alejarse del río. Se vuelve loca, rechina los dientes, se arranca el pelo, grita (como una piedra arañando un cristal)… Loca, loca. "Al río, no; al río, no".

Peter no debería haberlo hecho. Pero, los niños perdidos dormían y Campanilla creyó que era un juego. Cantaban por el camino: "…las flores, las flores del campo santo, ¡ay, de mí!".

Cantaban bajito, caminando (Campanilla volando) entre los árboles. Y llegaron al río. Campanilla se tapó los oídos a tiempo. Peter sonreía. La Llorona empezó a gemir, a deambular en círculos, la cara palideció y sus ojos se volvieron negros, húmedos, muertos… Peter sonreía. "Morir será toda una aventura".


Campanilla no supo decir qué había sucedido. Volvió sin Peter, eso es todo, llorando, llorando, pálida y loca. Campanilla enloqueció.


Los niños se habían dejado peinar y acunar durante todo ese tiempo, habían respetado la norma: Al río, no. Habían dejado que la Llorona hiciese de madre abnegada y solícita. Alguno hasta la llamó madre en algún momento somnoliento. Y todos cantaban: "…cuando las mueve el viento, parece que están llorando", mientras perseguían semillas lloradas por los sauces.

Peter había dicho en la cena que la Llorona era buena: "Es la mejor madre que he tenido", y sonrió. Todos asintieron.

Había ido a buscarla muy lejos. La había encontrado de noche, una noche oscura. Iba caminando sola, pálida, casi transparente, gimiendo, llamando, lamentando. Peter se había acercado con cautela.

"Llorona", había dicho en voz queda.
"Llorona", repitió.
Ella le miró, aún ausente. "Llorona, llévame al rio", con su cara muy seria.
Ella le acarició los cabellos, le secó las lágrimas. No dijo una palabra. Asintió y le cogió las manos.
La segunda a la derecha. Peter la había llevado consigo, volando, una noche oscura.

María López Sariñena

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