Cualquier tiempo pasado...




Y atrás quedó una tierra yerma, como el alma de sus habitantes.

Los libros, apilados, esperan la tea que los hará arder como las hogueras la noche de San Juan, se extinguirán en un instante, y con su última luz se extinguirá la última esperanza.

Hombro con hombro, dos hombres sonríen ante el espectáculo con que darán fin a siglos de pensamiento, de rebeldía, de conocimiento, de libertad, causantes, dicen, del vicio y el desvarío. Esa libertad por la que tantos murieron sin saber cuál sería su conquista.

Allí está, adueñándose de la voluntad universal, un hombre, que con sus cábalas es capaz de negar, sin sonrojo, las certezas de la ciencia, la devastación humana de bosques y banquisas, el sufrimiento. Desde su atalaya omnipotente anuncia la existencia de un mundo feliz para quienes muestran una piel blanca y proclaman el derecho a vallar el mundo.

Llegado del pasado, Tomas de Torquemada, se funde con él, un solo cuerpo, una sola alma. Juntos se disponen a combatir el caos, defender la tradición, ésa que tan fuerte hizo a esta nuestra tierra de hombres valientes, sus mujeres también."Los cobardes nos llegaron de fuera".

Dicen sus biógrafos que el que fuera confesor de la reina Isabel fue hijo de Pedro Torquemada y de Mencia Ortega. Ésa fue, sin duda, la inevitable herencia, demencia, los genes maternos marcaron el devenir de tantos que, en la hoguera o en el cadalso fueron silenciados.

Torquemada, (nunca un nombre hizo tanto honor) abraza las cábalas, los sueños de grandeza, de su sosias. Juntos devolverán la cordura. En su "Mundo feliz" cordura nada tiene que ver con el corazón ni la inteligencia sino con la cuerda, con la soga que amenazará las gargantas disidentes.

El desorden dejará de inundar los barrios de la ciudad. Las ciudades se vaciarán de gentes deseosas de amar sin manual de instrucciones, de gentes de piel oscura que contraviniendo la voluntad de dios abandonan sus tierras en busca de otra llamada paraíso.

Y sin embargo, se aliaron con los profetas, Torquemada y su discípulo, el de las cábalas. Pasado y presente unidos en letal abrazo.

Ya no habrá nadie que se pregunte qué hubo antes en esta tierra yerma.
 

Eva M-B



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