Feligreses volcándose sobre el hijo del asesino

El buitre de verano abre los ojos, ya no soy yo, soy mi padre, tengo su edad cuando ocurrió todo, bebo como él. Llego al pueblo, cierro los ojos y abre los ojos El buitre de verano, ese ser inconsciente que bebe y suda mirando las mareas, oliendo las algas, sintiendo el polvo de cristales rotos bajo los pies, arena ardiendo, frente ardiendo.

-Desde lo del suicidio no he vuelto al pueblo y necesito confesarme, Padre, sé que sabe quien soy. 

-Hijo, conozco tu historia, sé quién eres y me alegra que vengas. Antonio, esta es tu casa. Las confesiones son secretas, así que tranquilo, empecemos: Padre, tú que te compadeces de toda la humanidad, nos acoges y nos concedes tu auxilio cuando lo necesitamos, abre ahora los ojos de este pecador, para que sepa ver el mal que ha cometido y el bien que he dejado de hacer, y cura y fortalece su debilidad, renueva en él tu amor y concédele la paz. Ahora el Señor Jesucristo está con nosotros, puedes hablarle ya.

-Soy mi padre, tengo miedo. Huí de aquí y de él, pero me persiguen sus vicios y me he rendido a ellos Padre, y tengo miedo de convertirme definitivamente en él, en El buitre de verano, en el hostelero asesino y borracho, en el despreciable ser que violó a la pequeña Vanesa, mató a sus padres y se degolló delante de la policía. ¡Padre, no quiero ser mi padre!

-¡Ábrele los ojos, Señor, para que te encuentre en la oscuridad!

A la iglesia fueron entrando enormes motas de polvo, sus enmohecidas feligresas, sus enmohecidos feligreses, gente obtusa, embutida en conchas nacaradas amarillentas, hediendo a humedad, y reconocieron al asesino en su hijo, que estaba arrodillado en el reclinatorio, y se fueron acercando para escucharlo y si la iglesia hubiera sido una balanza los feligreses se hubieran volcado sobre el hijo del asesino.

-Padre, me he convertido en mi padre, pienso en sexo todo el rato, no veo a personas, veo a víctimas. Ahora mismo metería mi lengua por la celosía y le llegaría a usted, Padre, dividida en decenas de gusanos salivosos y se meterían por todos su agujeros hasta dejarlo ciego y sin aire. Pienso en eso Padre, no puedo dejar de pensar en cosas así, ¡no quiero ser mi padre, Padre! 

-¡Oh, Jesucristo, ilumina a este pecador que se está abriendo a ti!

Las gigantes motas de polvo llamaron a otras motas de polvo y la iglesia se fue llenado de personas-polvo, obtusos y nacarados feligreses que rodeaban ya el confesionario, con las orejas bien puestas.

-¡Padre!, me excita estar aquí, sé que nos rodean, que estamos expuestos, ¡Padre, ayúdame a sacar a mi padre de mí!

El Padre Juan salió a abrazar a Antonio, y acabaron besándose, y los feligreses que les rodeaban empezaron a tocarse.

Toni D.





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