Las pericias de la vida

Lucía no soportaba el calor, siempre decía que era "el buitre de verano" Ese pajarraco que da vueltas en la agonía de su presa esperando a que claudique para empezar a comérsela. Así se sentía ella en cada verano, sin fuerzas, cansada y sin energía para la lucha diaria. Salía poco. El trabajo, los niños y Luís, su marido, chapado a la antigua que era casi otro niño más solicitando atención.

Luís trabajaba muy duro y con poco tiempo libre, así que del poco que disponía lo utilizaba para sus hobbys y ahí incluía a toda la familia aunque al resto no le gustara demasiado.

Los domingos por la tarde solían salir con sus hijos Daniel y Lupe a dar una vuelta. La vuelta consistía en visitar a algún amigo para hablar o arreglar alguna cosa de las del hobby que se trajeran entre manos.

Los niños y su madre se aburrían como ostras, pero Luís parece que no era consciente de ello.

A Lucía no le hacían gracia estas salidas. Arreglar dos niños y arreglarse ella, con un calor horroroso para pasar la tarde-noche en una casa encerrada, esperando a que Luís terminara con sus tejemanejes.

Los amigos y señores de la casa eran excelentes personas. La mujer siempre daba de merendar a los niños y les dejaba juguetes de sus hijos para que se entretuviesen pero ni Daniel ni Lupe se despegaban de los brazos de su madre.A veces la tarde se hacía eterna, a pesar de los agasajos de esta buena gente.

Luego regresaban a casa y ya estaba listo el paseo de la semana, de una familia feliz con dos hijos.

Una de esas tardes Lupe llamó la atención de su madre diciendo: ¡Mira mamá, tengo un catalejo!

Cuando su madre miró lo que la niña tenía en las manos se quedó perpleja, ¡era un Tampax!, que probablemente con las prisas Lucía se había dejado en el baño.

Con la rapidez de un rayo le quitó a la niña ese "artefacto" de las manos como si hubiese sido una bomba y mirando alrededor a ver si alguien se había dado cuenta.

Por suerte nadie lo vio, pero la niña empezó a lloriquear y decir bajito: "Es mi catalejo, no me lo quites". Lucía entre susurros le dijo a su hija que le compraría un catalejo de verdad, que ese era de cartón y no valía. Había que tirarlo a la basura y se lo escondió en el bolso.

Menos mal que sus hijos eran dos ángeles del Cielo. Unos benditos que ni se movían si estaban en casa ajena. Cuando la señora se acercó a la niña llorosa para preguntar qué le ocurría... Lucía pensó: ¡Tierra trágame! Ahora Lupe le dirá que su mamá le ha quitado "su catalejo". Milagrosamente Lupe no dio explicaciones y dijo: Nada.

¡Qué vergüenza! Se habría desmayado seguro con la frente en los pies si llegan a ver a la niña con el Tampax haciendo de catalejo.

Mari Carmen Olmos.

Comentarios

  1. La historia empieza bien, me gusta el símil entre el buitre de verano" y la vida del primer personaje.
    Nos llevas a sentir la misma pesadez , el.aburrimiento en casa de unos conocidos como máxima diversión para una ardiente tarde de verano. Crece el vacío de tu historia "esperando a que Luis acabara con sus tejemanejes".
    Durante toda la lectura me mantengo expectante esperando a que algo pase y lo que finalmente pasa, la confusión de una niña de un tampón y un catalejo, la encuentro demasiado forzada.
    En todo caso nunca me parecería motivo de vergüenza sino de diversión. ¡ cosas de niños!

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    1. Bueno, "cosa de niños" ahora que estamos más modernizados, pero hace 40 años... Lucía se muere de vergüenza. Gracias Eva por tu comentario. Un abrazo.

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  2. La historia no sigue uno de los principios básicos de la escritura peligrosa, usar la primera persona, pero es lo de menos. Se trata de una historia dura, decadente, asfixiante, y sí nos pone en el pellejo de una familia centrifugada al absurdo desde el eje de un "marido" dominante. La historia del tampón es un matiz que avergüenza a la madre en ese contexto de invisibilidad, que la madre y los hijos pretenden en las reuniones forzadas a las que el esposo les lleva en tórridas tardes de verano, donde la sombra del buitre les embute en un devenir pastoso, lento y doliente.

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