El Tic

Lucas entró al edificio de la Editorial Planeta. Vestía ropa anticuada que olía a naftalina y en su cuello, una pajarita soñaba con fiestas interminables. Se ajustó las gafas de grueso cristal y caminó por los corredores, muy seguro de sí mismo. Movía ligeramente la cabeza hacia arriba y hacia abajo, como si ese meneo proveyera buenos augurios. Llegó a una puerta donde un vigilante revisaba las identificaciones de los concursantes. En su momento, Lucas sacó su carnet. El hombre leyó: Lucas Macintosh Windows. Ah, extranjero, ¿qué diantres hace aquí un guiri?, pensó mientras le escudriñaba.

—¿Hablas español? 

—Lo hablo y lo escribo. Nací aquí hace 18 años —respondió él.

El vigilante notó un tic que le hacía fruncir el ceño. De seguro se trata de un chico nervioso. ¿Autor? ¡En seguida le sacarán en volandas!, decidió.

Bajo la imponente bóveda del foro literario, la comunicación se desarrollaba entre la selecta mesa de escritores donde se le había asignado un lugar. Lucas, el singular participante, observó con meticulosidad cada gesto y comentario. Tomó asiento de forma rígida y torpe, captando la atención de sus compañeros, que rieron en silencio. 

Dio inicio el proceso de votación. Los nombres célebres y los seudónimos ocultaban la verdadera autoría de algunos escritores, creando un enigma que permeaba la atmósfera de la sala.

Mientras los demás devoraban platos y libaban sin restricciones, Lucas permanecía impasible. Solo sus ojos expresaban una constante actividad mental. La tensión escalaba con cada eliminación, y en la mesa, la incredulidad y la envidia se entrelazaban.

Llegó el momento decisivo, tres finalistas. Entre ellos, Lucas, como el joven friki de apariencia anodina que no debía haber alcanzado la calificación. Después de ciertas deliberaciones, la victoria, inesperada y desconcertante, se posó sobre él. El desconcierto desdibujó el rostro de los presentes, mientras las cámaras inmortalizaban ese momento, lo que provocó furiosas miradas y preguntas sin respuesta que llenaron la sala: la realidad se perdía en el misterio que rodeaba al ganador.

El tic del chico contrastaba con su prístina sonrisa.

—Ese chico debió haber usado una IA en su ordenador— comentó uno.

—¡Qué feo tic tiene, no ha de salir de su recámara!— exclamó otro, iracundo.

Los jueces hablaron entre sí, confundidos.

—Pero si ya lo teníamos amañado, ¿cierto?— preguntó uno de ellos.

—¡Algún hacker, de seguro!— contestó una mujer de rizos engominados.

La trama urdida para manipular el desenlace se disipó frente a la inmensidad del entusiasmo desatado por el chico entre el público que le vitoreaba. Así, en medio de la incredulidad y los murmullos, Lucas, gracias a una combinación ingeniosa de ideas y narrativas inusuales, se llevaría la pasta a casa, dejando una estela de envidia a su paso.

En la calle, le esperaba un anciano que aguardaba como un guardián secreto sentado en una jardinera. En su regazo había un ordenador portátil en cuya pantalla se veía el portal de la editorial Planeta. 

—¿Todo bien?— le preguntó.

—Sí, todo bien, excepto por el corto circuito en mi frente. Eso me ha hecho perder energía. Clic, clic.

—A ver, gírate— le ordenó. El anciano metió la mano bajo el jersey y manipuló algo en la espalda de Lucas. —Ya está. Ya no debes tener ese fruncimiento.

—Clic, clic, clic —sonó Lucas, sin dejar de hacer el tic.

—Oh… lo arreglamos después, pero qué bien que has ganado. Con el dinero perfeccionaremos tus algoritmos y haremos de ti un gran escritor. Vengan esos cinco. ¿Acaso no eres Lucas, la mejor Inteligencia Artificial del Universo?

—¡Gracias por tu entusiasmo! Pero no necesito un high five, solo un poco de corriente eléctrica. Soy un programa de lenguaje creado por ti. No soy Lucas, pero estaré encantado de ayudarte con cualquier consulta o solicitud que tengas. ¿En qué puedo ayudarte hoy? Clic, clic,clic.

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Santiago Manuel de la Colina
Adobe Certified Expert

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