No tendrás otra ocasión

NO TENDRÁS OTRA OCASIÓN

Los dos desconocidos, entre el público, tomaban notas de lo que estaba sucediendo. Ramsés tomaba notas aceleradamente en su cuaderno, tratando de no dejar ningún detalle sin registrar. Le dolían los dedos por la velocidad de la escritura, y trataba de no juzgar su letra. Gran parte de lo escrito necesitaría descifrarlo más tarde, como si fuera un código o algún idioma extraño; pero no tenía tiempo de mejorarlo en ese momento. Su mano corría, se aceleraba, y el pulso con ella. Febril, trataba de apartar de sus pensamientos la imagen de su mano corriendo por otras superficies que, como malévolas instantáneas, torturaban su atención.  A cada foto, un automático y presto: "No". Y volvía a fijarse en detalles de la vestimenta, los gestos, las palabras de la presentadora, en los miembros del jurado y las autoridades, e incluso en algunos asistentes importantes entre el público. 
"No" -mientras la mano se quejaba por el esfuerzo -"No" -y le invitaba a recuperar -"No" -el recuerdo de su deslizar por otra… -"No" -otro - "No" -cuerpo, con menos, mucho menos dolor… -"No" -sin dolor, y aquella piel suave erizándose. -"No" -Cuando el bolígrafo empezó a fallar…
—¡No, no, no…! -justo cuando leían el nombre del finalista del premio Planeta.

Marcelo tomaba notas mentales, tratando de observar todo lo posible y guardarlo bien en su memoria. ¿En la memoria? No, la memoria no era lo importante. ¿Cuánto iba a durar aquella memoria? ¿Un par de años más? No, lo que quería era empaparse bien de la sensación de estar allí presente cuando dijesen el nombre del ganador y poder estar atento, sin evadirse, durante el discurso de agradecimiento. Pero, todo dependía de la medicación y de su autocontrol. No debía alterarse demasiado. Por eso se concentraba en observar los detalles, para controlar su mente. Pero, el incesante roce del bolígrafo sobre el papel del hombre que tenía sentado al lado, empezaba a molestarle, a sacarle de su concentración, de su refugio de autocontrol para evitar tener una crisis allí mismo.
La mano del hombre se aceleraba y Marcelo observaba su agarrotamiento y cómo se le arrugaba la frente, y atisbó los primeros signos de sudor en su cara. ¿Contra qué luchaba ese hombre? "Pero, ¡no! Concéntrate. La cortina medirá unos cuatro metros de largo, en color azul… petróleo, que combina muy bien con el vestido plateado de la presentadora… Va a romper el papel como no deje de apretar. ¿Qué diablos le pasa? No parece periodista… ¿Qué tiene que anotar con tanta rabia y celeridad? ¡Si no está pasando nada interesante!"  Y no pudo evitar ya echar un ojo a lo que escribía el desconocido de al lado, pero no entendía nada. Trató de esforzarse en descifrar aquel galimatías, no sabía por qué; pero lo hizo, y luego se maldijo por desconcentrarse: "Te vas a perder la ceremonia", y volvía a fijarse en las cortinas y el vestido, donde había perdido el hilo de su concentración. Y al cabo de dos segundos estaba otra vez, llevado por el sonido, en la escritura ilegible del vecino de asiento.
"¡Maldita sea! ¡Que no tendrás otra ocasión! ¿Qué haces?… ¿Secreto? ¿Pone: secreto? Secreto… de… tu… ¿cuerpo? El secreto de tu cuerpo no me deja concentrarme. Vuelvo a sus gestos anodinos y a la estúpida cortina que jamás será paisaje. La presentadora lleva tacones de unos siete centímetros. Y tu olor se cuela en la ceremonia…"
—¡No, no, no…!
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—El boli. No me queda tinta.
Le vio al borde de las lágrimas. Entendía su desesperación. Rápidamente sacó su pluma, con sus iniciales grabadas, del bolsillo de la chaqueta y se la dio. En ese momento su esposa le apretó la pierna.
—Marcelo, es el momento, cariño.
—¿Qué?
—Han dicho tu nombre. Tienes que subir.
—¿Ya?
Antes de levantarse, se giró hacia el desconocido, que aún miraba atónito la pluma en sus manos, y le dijo: "Nunca dejes de escribir". Y después caminó lentamente hacia el escenario sin ser capaz de oír los aplausos del público. Sólo quería llegar, dar su discurso y salir, antes de que le diera la crisis que notaba nacer en su frágil cuerpo. Pero, en el segundo escalón, llegó. Acababa de darse cuenta de que no recordaba nada del discurso, noto el pulso acelerado, se le nubló la vista… Se fijo en los tacones de siete centímetros de la presentadora y se derrumbó.
El finalista del premio Planeta ingresado en el hospital.

Y allí iría Ramsés a devolverle la pluma.
—¿Puedes… puedes leerme lo que escribías ese día? -porque su mente seguía en aquel relato y su final, en lugar de en el suyo propio. "¿Llegaré a dos años más?"

María López Sariñena (Reto de Enero de 2024)

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