Un cafecito, por favor

La aurora es voraz, a dejado a la noche como un pálido recuerdo y veo el mar desde esta mesa, y creo que el horizonte es como un lienzo de seda, pero es mejor la sonrisa de Elsa y su disturbante gesto de amor y huelo que desde la cocina del chiringuito se guisa una tortilla y le digo a la chica que está a mi lado que me traiga un cafecito, pero Elisa no quiere, ella no bebe café, entonces me trae una taza de porcelana china, que tiene dibujos de unos dragones y así de caliente está el café y desde la playa me mira Monse, mi hija pequeña, qué bonita es y Eunice tiene un gesto raro, se parece a mi madre y no está tan vieja como esperaba y ella quiere café y le pido a la muchacha del chiringuito que me traiga más café ¿quieres una tortilla o una tostada? Le pregunto a esa que parece haber perdido su gesto maternal y ya no sé si es ella, dormida en su pasado, estrellada en su foto antigua, como una explosión de tonalidades sepia y la chica me jalonea el brazo y dice ¿Es que no me reconoces? Jamás la había visto


Creo que te gusta este lugar y te miro sonriendo por las ventanas de la cafetería, te acomodo lo mejor posible en la mesa y miras afuera como a un paraíso nuevo o un lugar tan lejano como aquel mar que nos llevabas a pasear y pareces verlo en el jardín de la residencia y te pregunto qué quieres y me dices Un cafecito, por favor y camino hacia donde está la señora que despacha y le pido el café, y creo que te veo hablando con alguien y hay en tu rostro un gesto afable que a poco, se difumina en una mueca incomprensible, entonces recibo el café, pago y me dirijo a la mesa y te doy el vaso de poroespán, tu lo tocas y pareces fascinado y me siento frente a ti y te digo si te está gustando y me miras como buscando algo en mi rostro, trato de sonreír y no puedo, y me vuelves a pedir otro café, pero no has sorbido nada del que tienes, y luego balbuceas algo que no entiendo, me duele que estés perdido en ese padecimiento tan triste, será que también yo lo sufra y se que intentas no olvidar a mamá, aunque hayas perdido su nombre y te tomo la mano y la aprieto, soy yo, papá, Montse, ¿no me reconoces?


Monserrat entra en la cafetería sosteniendo a su padre y busca una mesa cercana a los ventanales y lo acomoda en la silla orientada hacia el resplandor de la mañana, para que ilumine su rostro apagado donde demencia, senilidad y olvido han encajado sus dagas ominosas, y a ella le duele verle así ¿Qué quieres, papá? Le pregunta y él dice Un cafecito, por favor y ella se acerca al mostrador donde la chica que lo prepara todo toma nota de su pedido y ella vuelve a ver a su anciano padre, de casi noventa años, y ella apenas ha cumplido los sesenta y dos, y tiene una nieta, y recuerda a su madre, Elisa, que murió de cáncer hace ya más de tres años, y la dependienta le da el café en un vaso térmico con tapa, paga y vuelve con su padre, que parece hablar solo y ella le toca el hombro, destapa el café y el vapor sublima su gesto cansado, entonces ella se sienta y él la mira con desconcierto y no sabe quién es, pero piensa que de seguro ella ha de querer un cafecito también, y se lo pide, y luego pregunta ¿lake sept nunc permine dada? y ella entristece y parece desesperarse y cubre su mano con la suya y la acerca, entonces le dice, Soy tu hija, ¿no me reconoces?


 
Santiago Manuel de la Colina

Comentarios

Entradas populares de este blog

Haikus con aguinaldo.

Desayuno buffet

Escribir un relato kafkiano. Reunión del viernes 4 de marzo a las 19:00 horas por ZOOM.