La cobra de la hija del difunto del velatorio.



Quiero recordar primero en esta carta el día que nos conocimos: salías del tanatorio, te encontraste de frente, entrando, cabizbaja, a la hija del muerto, a la que apenas conocías, fuiste a darle el pésame y te hizo la cobra. Te quedaste ahí, incómoda, a la vista de todos, vulnerable, y sonreíste. Yo estaba en la puerta y vi la escena y sonreí también, y entonces se juntaron nuestras miradas, no nos habíamos visto antes, nos unió el velatorio, y a partir de ahí se hizo manifiesta una afinidad global que nos hizo enamorarnos inevitablemente. Después de mantener nuestra mirada clavada el uno en el otro y nuestra sonrisa, nos acercamos, nos presentamos, y esa noche hicimos el amor y desde entonces hemos estado juntos.

Quiero recordarte en esta carta el día que me fui a tu casa a vivir. Qué bien expresado está, porque hasta que no fui a tu casa no vivía, me di cuenta en cuanto desperté a tu lado e intuí que lo iba a hacer así el resto de mi vida. Levantarme sin que estuvieras a mi lado ya no era posible, la vida sin ti ya no era posible, desde el primer día. ¿Te acuerdas cómo fue?, me invitaste a tu club de lectura, había sobre el sofá un piano de juguete, y mientras maldecíais el último Premio Planeta toqué a Satie, de una forma simple y eléctrica, y se hizo el silencio, y os callasteis, y nuestras miradas se volvieron a clavar y me hiciste un gesto, tu gesto, cerrando lentamente los párpados: ese gesto decía ralentízate, y me congelé, y me despertó tu beso cuando todos se fueron, y no volví a salir de tu casa, que es nuestra casa, que somos tú y yo y si estamos tú y yo todo sobra, o mejor dicho, no hace falta nada.

También quiero recordarte en esta carta cómo nos decíamos te quiero. A los dos nos revientan los palabros que llamábamos solemtimientos, aquellas palabras solemnes con significado sentimental, y el rey de esas palabras es amor, o te quiero, porque te quiero debería escribirse en una sola palabra, pronombre personal y verbo juntos, porque tequiero es el solemtimiento dios. A los dos nos gustaba pasear por calles con terrazas atestadas, llenas de cabezas, a la caza de solemtimientos; los apuntábamos en la memoria, y tras el paseo, nos sentábamos en cualquier bar a tomar un vino y nos las lanzábamos a media voz, para que la gente nos oyera: amor, tequiero, juntos, siempre. Así nos decíamos tequiero, pronombre y verbo juntos.

Por hoy tienes bastante, a partir de ahora te leerán una carta al día con tres recuerdos nuestros, de los dos. Hoy sabes que nos juntó la cobra de la hija del difunto del velatorio, que me quedé en tu casa cuando toqué a Satie con un sintetizador de juguete y que tequiero.

Toni Díaz.

Comentarios

  1. Wow!! Magnífico, sorprendente. Un amor entre kafkiano y sartriano, profundo, dimensional, descarnado hasta los tuétanos. Me encantan los juegos de palabras, esa ilusión claustrofóbica. Comparado con el mío, muy cartesiano y bidimensional, el tuyo es caótico... es puro amor cuántico.

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  2. La incógnita es por qué le leerá las cartas un tercero... Intriga!

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