Pegado a los talones

1.

Corro, respiro, tropiezo, me falta el aire, la calle se ensancha como una promesa de que tal vez pueda escapar, pero yo sé que no es cierto, que será imposible, que lo tengo pegado a los talones y que se lanzará sobre mí haga lo que haga, lo siento a mi espalda y por delante, a los lados y en cada rincón que atravieso, en los oscuros portales del barrio en el que crecí, en el antiguo centro comercial que ya no recuerda nuestros botellones, en el hospital donde acabaron muchos de aquellos amigos por culpa de la droga que nos vendieron, en la morgue y en el río, siempre en el río, el río que fue nuestro segundo hogar, el río que tal vez pueda cobijarme hoy y evitar que él me mate, sí, eso es lo que pienso, esa es la idea que surge en mi cabeza cuando salto hacia el río, y entonces distingo su fantasma en la orilla, mirándome fijamente, sabiendo que esta historia, por mucho que le disguste, acaba aquí y no de la forma en que él pretendía.

 

 

2.

Corres, respiras, tropiezas, te falta el aire, la calle se ensancha como una promesa de que tal vez puedas escapar, pero tú sabes que no es cierto, que será imposible, que me tienes pegado a los talones y que me lanzaré sobre ti hagas lo que hagas, me sientes a tu espalda y por delante, a los lados y en cada rincón que atraviesas, en los oscuros portales del barrio en el que crecimos, en el antiguo centro comercial que ya no recuerda nuestros botellones, en el hospital donde acabaron muchos de aquellos amigos por culpa de la droga que nos vendiste, en la morgue y en el río, siempre en el río, el río que fue nuestro segundo hogar, el río que tal vez pueda cobijarte hoy y evitar que te mate, sí, eso es lo que piensas, seguro, esa es la idea que surge en tu cabeza cuando saltas hacia el río, y entonces distingues mi fantasma en la orilla, mirándote fijamente, sabiendo que esta historia, por mucho que me disguste, acaba aquí y no de la forma en que tú pretendías.

 

 

3.

Corre, respira, tropieza, le falta el aire, la calle se ensancha como una promesa de que tal vez pueda escapar, pero sabe que no es cierto, que será imposible, que lo tiene pegado a los talones y que se lanzará sobre él haga lo que haga, lo siente a su espalda y por delante, a los lados y en cada rincón que atraviesa, en los oscuros portales del barrio en el que ambos crecieron, en el antiguo centro comercial que ya no recuerda sus botellones, en el hospital donde acabaron muchos de aquellos amigos por culpa de la droga que les vendió, en la morgue y en mí, siempre en mí, su segundo hogar, donde tal vez pueda cobijarse hoy y evitar que lo mate, sí, eso es lo que piensa, seguro, esa es la idea que surge en su cabeza cuando salta hacia mí, y entonces distingue al fantasma en la orilla, mirándolo fijamente, sabiendo que esta historia, por mucho que le disguste, acaba aquí y no de la forma en que ellos pretendían.


Gabriel Romero de Ávila.


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