Del coro al caño
En un poema de Rafael Alberti (un poco subido de tono) dedicado a D. Luís de Góngora y Lagartijo, me encontré esta frase que se hizo tan popular "Del coro al caño y del caño al coro" aunque mi historia no tenga nada que ver con la del poema.
Sí, durante dieciséis años (con voz y guitarra) fui miembro del coro de la Iglesia Parroquial de mi pueblo.
En este texto basado en hechos reales, digamos que el "caño" era mi trabajo de peluquera.
Tengo que señalar que ambas cosas fueron muy bonitas y agradables pues tanto el "coro" como el "caño" fueron dos partes de mi vida que me encantaban. El problema consistía en compaginarlas.
Cuando llegaban las fiestas de Navidad o Semana Santa casi no pisaba por casa, incluso llegué a pensar en comprarme una tienda de campaña e instalarla en el coro para poder descansar un poco. Nochebuena trabajaba todo el día, a la misa de gallo iba como una gallina desplumada del cansancio. Luego, al día siguiente de nuevo al coro, pero esta vez sin "caño" ya que el día de Navidad no abría la pelu.
En Semana Santa el estrés alcanzaba su nivel alto, jueves, viernes, sábado y domingo intercalando el coro con el caño.
La verdad es que el coro sonaba bonito, de ahí que nos pedían nuestra colaboración en bodas, comuniones, bautizos...
En las comuniones, después de poner todos los lacitos a las niñas, hacerles la raya a los niños y retocar a las mamás...salía como una loca hacia la Iglesia para llegar antes que empezara la misa. A veces hasta con el uniforme, no me daba tiempo a quitármelo. Miraba el glamour de la gente con sus mejores galas y tanto perifollo puesto que me daba vergüenza bajar las escaleras del coro con esa pinta que tenía. No sé como alguna vez no me quedé encerrada allí porque hasta que no veía al sacristán con la llave para cerrar la Iglesia no bajaba.
Las bodas para qué contar...De la casa de la novia o madrina yo iba corriendo a cambiar el maletín de trabajo por la guitarra y llegar al coro antes de que entrara la novia por la puerta. Lo peor era si estaba invitada a la boda. Entonces tenía otra estrategia. A las siete de la mañana ya estaba maquillada y peinada para empezar a trabajar en el "caño". Después de toda esta odisea y finalizada la ceremonia tenía que meterme la vergüenza en el bolsillo y salir del escondite para darme otra ducha rápida de cuello para abajo, retocar el maquillaje, ponerme los tacones y el traje y volver con los demás invitados.
Dieciséis años "del caño al coro y del coro al caño", han dejado una bonita huella en mi vida.
Mari Carmen Olmos
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