La sombra de tus cenizas
Lila tuvo que soportar el tremendo peso de las paredes de la funeraria. La luz apenas fluía desde los coloridos emplomados que daban al jardín. Miró al suelo, donde se proyectaban vegetaciones imposibles, flores de aspecto onírico. ¿Eso debía traerle paz? Un joven estirado, de rostro ligeramente cerúleo y vestido de traje negro, entró en la sala de espera. Cargaba una urna dorada. Ella lo vio llegar como una sombra, una especie de ilusión, como si hubiese brotado de las paredes.
—Su padre —le dijo.
Ella abrazó el envase, frío y espantosamente pesado. El otro dio la vuelta y se esfumó en aquel antro de muerte.
Salió a la calle. El sol, esquinado hacia el poniente, se alejaba del mundo para dejarlo en manos de la incertidumbre. Fue a la parada del Bus. Un hombre pasó aporreando a su perro. Le recordó a papá. El bus llegó, el conductor abrió la puerta y la miró con desdén. Le recordó a Papá. Subió y encontró asiento junto a una ventana. La gente dentro parecía no tener rostro, lo escondían bajo sus propias sombras. Su vestido, que era rojo, le llamó la atención a un hombre que miró la urna e hizo un gesto de desprecio, tal vez esperaba que vistiera de negro. Le recordó a papá. Se quitó la pañoleta y la cubrió para alejar a los curiosos. En la siguiente parada, un hombre subió con su hija, a la que arrastraba, la angustia de ella rompía sus posibles sonrisas… le recordó a papá. En otra parada, vio a alguien echar humo a una mujer, ella le reclamó, pero él sacó sus dientes afilados en una carcajada teatral. Le recordó a papá. Al fin llegó a su destino. Bajó. ¡Uf!, cómo le cansaba su padre. Pensar que su madre tuvo que llevar ese peso en gran parte de su vida. En una esquina un muchacho había arrinconado a su novia y le apretaba el cuello. Le recordó tanto a papá.
Al llegar dejó el envase en el suelo, abrió, pero su madre ya estaba en el rellano y la miró.
—Allí, a ras de tierra, se ve tan… pequeño. Si así hubiera sido siempre.
Lila suspiró. Levantó los restos de su padre y entró en la casa.
—¿Dónde quieres que lo ponga?
Su madre hizo un gesto que lo dijo todo.
—¿No podríamos tirarlo al río, o al mar? A él le gustaba el monte, podríamos esparcirlo por ahí, ¿no?
—Lo contaminaría todo, el agua, la tierra, el aire, no habría fuego que le purificara de una vez por todas.
—Entonces, ¿qué hacemos?
Lila resopló. Cargando la urna le tomó el brazo a su madre y la arrastró al baño.
—¿Qué hacemos aquí?— preguntó intrigada.
—Bueno, el único lugar donde tiene espacio es aquí —le respondió levantando la tapa del inodoro. Destapó la urna, vertió el contenido y presionó el botón. Se escuchó como el lamento de alguien que se ahoga.
—Pero, ¿qué haces?
—Mandarlo al único destino que merece, a donde va toda la mierda.
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Santiago Manuel de la Colina
¡Genial!
ResponderEliminarMuchas gracias!!
EliminarMe ha encantado. Te va llevando hacia el desenlace poco a poco. Está muy bien. El ritmo es perfecto.
ResponderEliminarMuchas gracias. Es bueno cuando las palabras te arrastran y luego colisionan en tu cabeza en un feliz atropello.
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