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El tren avanzó lento bajo la noche vestida de fiesta. El pueblo celebraba la Independencia. Desde la ventana, Jimena le describía a su amado, con intermitentes toques de sus dedos, aquella escena. Beni sentía escalofríos en su palma y contestó:, "viene lo mejor".
Beni era telegrafista, ciego, pero hábil en su oficio. En la mañana de ese día, recibió un mensaje que el Gobernador le enviaba al General Bustillos, advirtiéndole de la llegada de los rebeldes esa noche. Escribió a máquina el mensaje y lo entregó al despacho.
El general ya había ajusticiado a 168 "insurrectos" en los cinco días del asedio. Miraba desde el techo del cuartel las ruinas que había dejado a su paso. Satisfecho, se alisó los bigotes. El despacho le entregó el telegrama. "Rebeldes con retraso. Arribarán mañana tarde". Sonrió. La fiesta se celebraría sin novedades.
Beni salió a comer. Escuchó pasar a la gente, temerosa, yendo por las tiendas y servicios. Su fino oído percibía la angustia en su andar. Extendió su bastón y a base de toques en la madera del suelo, caminó hacia la fonda.
Al escuchar el toque del bastón, el boticario se acercó a la ventana y desde allí vio al chico. Los golpes no eran arbitrarios. Él conocía el lenguaje "eléctrico". Tomó el lápiz que dormía en su oreja. En una receta, anotó el mensaje y dio dos toques a un cristal. Beni asintió, estaba hecho.
La madre de Jimena era la mujer del Presidente Municipal, que había huido tras ver a los federales en la llanura. Era rica y elegante. El general vertió su lujuria sobre ella desde la primera noche. Ese mediodía llegó hambriento. La mesa estaba puesta. De pie, la madre, sudorosa, inclinó la cabeza. Él vio a la hija, le apetecía, pero algo en su sordomudez le preocupaba. Él se asomó por una ventana pidiendo a su escolta que no le molestaran hasta la mañana siguiente.
Comieron. Charlaron. Él, impaciente, arrastró a la madre a la alcoba. Jimena recogió la mesa. Miró cómo, al fondo de la copa del general, escurrían los restos de veneno.
Beni la esperaba al final del andén. Algunos, como ellos, dejaban el pueblo a su suerte. Lejos, en el cuartel, la soldadesca celebraba. Ella le besó una mejilla. Su sonrisa abrió en alas la esperanza, habría sueños. Subieron y se acomodaron. Un kilómetro adelante, la promesa se hizo luz. Los cañones hicieron lo suyo. El cuartel estalló en mil fuegos y miríadas de colores. Jimena, al tacto, le describió la escena. Él, enternecido, le acarició un - . / .- -- --- 2
1 El telegrafista
2 Te amo
Qué bueno, Santiago! Me encanta.
ResponderEliminarMuchas gracias!!
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