El telegrafista
Le llamaban así y durante meses creí que era su oficio. Yo apenas tenía trato con él, no hablaba mucho. No se sentaba más de diez minutos seguidos con mi grupo. Siempre andaba yendo y viniendo de un grupito a otro, como si no acabara de encontrar el suyo, o como si todos lo fueran. Ahora lo entiendo, con los acontecimientos ya pasados.
Cuando no estábamos en clase, solíamos acudir a un pequeño antro muy cercano al campus de la Universidad. Allí fumábamos, bebíamos cerveza o, quien podía, algo más fuerte, y hablábamos de política, de profesores desfasados y de mujeres.
Él llegaba y se plantaba en la misma puerta durante un rato observando a todos los grupos. Tenía una mirada intensa, penetrante, un tanto altiva. Parecía elegir con quién sentarse según criterios que a mí se me escapaban. De vez en cuando movía las cejas, yo pensaba que era un tic; o hacía gestos, tocándose la cara con los dedos de maneras peculiares. Pensaba que se hacía el interesante. Alguien se levantaba y se acercaba a él, hablaban en voz baja, se cogían de los hombros con camaradería y él se frotaba las manos nerviosamente. O directamente se acercaba a alguno, le decía algo, le hacían un hueco y se sentaba como uno más, aunque no participaba en las conversaciones que no fuesen sobre mujeres. Lo más que le oí decir fue: "En política entraré cuando se use mi cadáver como debate", tras lo que varios rieron, y él con amargura. Antes o después se levantaba, dándole la mano a su anfitrión, y cambiaba de grupo o se iba.
Un día me atreví a preguntar por su extraña forma de moverse y por su conducta, y me dijeron: "Tú es que aún no conoces sus códigos". Entonces dieron explicación a su apodo, el telegrafista, pero no me dijeron el objetivo de esos códigos que usaba. "Por tu seguridad", me dijeron. Y no quise saber más.
Estuve presente el día de la redada, cuando intentaron llevárselo esposado, pero al pretender huir, le dispararon sin más. Esposado y por la espalda. Y ese fue el debate político en el que finalmente participó.
Maria Lopez Sarinena
El personaje resulta demasiado ambiguo, demasiados interrogantes en torno a él que no se desvelan ..¿quién es?.¿por qué pululaba de un lado a otro ? ¿ de qué códigos trata y para qué?la incógnita queda abierta y eso lo hace más interesante
ResponderEliminarMe imaginaba el comienzo de una breve novela, que giraría en torno a ese misterioso personaje, sin ser el protagonista... Como idea queda genial en mi cabeza, lo duro es llevarlo a la práctica... Ensamblar toda la trama es el verdadero "trabajo" del escritor.
ResponderEliminarMis microrrelatos suelen pecar de esa promesa de continuidad... en algún momento. ¡A ver si algún día doy el paso!
Gracias por tu comentario.
El relato me desconcierta, y eso es bueno.
ResponderEliminarPor favor, amplía tu crítica. ¿En qué te desconcierta? ¿Y por qué eso es bueno!!!???
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