El telegrafista
ESO DICEN...
En la sala cerrada el aire huele a vainilla y canela. Las velas agonizan en las palmatorias y con su último aliento corrompen el dulce perfume. La mujer que hoy yace en el ataúd de palisandro olía a bosque; sus sábanas traían el aroma de las jacarandas en flor.
Eso dicen…
La noticia de su muerte ha llegado a todos los rincones del pueblo. Las mujeres, piadosas ellas, alzan los ojos al cielo y se santiguan conteniendo la sonrisa en sus comisuras:
- "Que Dios la tenga en su Gloria… ¡si es que puede!"-
Ellos, los hombres, mirada gacha, saben que fue una Venus ardiente, maestra en las artes del amor. En los huecos de su piel aprendieron los juegos ilícitos, untuosos con los que luego hacían gozar a sus castas mujeres, las suyas, en los fríos lechos.
Frente a ella, al otro lado del gran ventanal, desfilan en silencio, huérfanos de sexo, soñando que aún acarician los surcos de su piel.
Como ya lo hiciera Moisés en las aguas del Mar Rojo, su cuerpo altivo como paloma torcaz sabía abrirse paso entre el gentío dejando el deseo y la envidia prendidos en la mirada. Hoy yace inerte con el sarcasmo dibujado en los labios carnosos, carmín sangre.
En la sacristía la noticia hace estremecer a D.Lorenzo que zigzaguea entre cálices y aguamanil. Intenta ocultar el brillo de sus ojos enrojecidos y limpia las lágrimas con la manga de la sotana.
- "¡Qué alma piadosa- susurran las vecinas - ¡es la imagen de Cristo junto a María Magdalena, la pecadora!"-
En su boca sabor fresa quedó prendido para siempre su nombre: "Lorenzo, Loren…" Las manos del santo hombre tienen memoria. Recordarán el tacto de un cuerpo terciopelo. La imagen de la diosa Eros arrodillada frente a la celosía mientras susurraba palabras lúbricas. Y el mosén contiene el quejido de placer que le cosquillea el vientre como hormigas que huyen del fuego. Ella supo llevarlo hasta las puertas del Paraíso. Y él entró.
Y también entraron D Benito, concejal de Cultura, y D. Rufo, el de la oposición, y tantos otros; nunca antes hubo tanta unanimidad en el consistorio…
En el pueblo todos se preguntan "¿cómo fue? ¿qué pasó?"
Nadie vio nada. Nadie oyó nada.
Dicen las malas lenguas que se atragantó... ¡Burla del destino! A ella , que nunca se le resistió ninguna carne ni sus jugos, murió con una espina clavada en la garganta mientras disfrutaba de alguna de las ambrosías que a menudo obsequiaban su mesa Murió con la sonrisa dibujada en la palidez de su cara azulada.
Eso dicen…
Dicen que fue testigo un muchacho, apenas un imberbe, recién llegado, primer telegrafista de un pueblo en el que las noticias llegaban a los corrillos y tabernas sin necesidad de artilugios de otro mundo.
¡Requiescat in pace!
Eva M-B
Qué bien narrado, Eva. También me gustaría continuar esta historia, a ver qué papel tiene el joven telegrafista en ella.
ResponderEliminarJugosa historia que puede explotar en decenas de personajes relacionados con tal difunta y aparición de un sugerente telegrafista al final, como agente de la modernidad. Buena historia y narrada con mucha calidad.
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