El décimo
-Dime abuela, ¿qué pasa? ¿Por qué me has llamado a estas horas y con tanta urgencia?
-Vamos al coche Paula, que tengo que hacer algo muy importante y no quiero que nadie se entere.
Estaba amaneciendo, la luz dorada precedía a la luminosidad total que anunciaba el nuevo día. Subieron al coche, Paula respiro resignada. Cada vez que veía a su abuela así, se le rompía el alma. Con el tiempo había descubierto que estos pequeños gestos la hacían feliz. Hoy tenía un brillo especial en sus ojos, como cuando ella era pequeña y le preparaba sorpresas de esas tan especiales, que casi siempre provocaba gritos de júbilo e innumerables besos y abrazos.
¿Que había maquinado su cabecita controlada por el Alzheimer esta vez? Los últimos meses habían sido duros; había momentos de luz, pero la enfermedad avanzaba cada día más y los periodos de penumbra se volvían cada vez más comunes.
-Sal del pueblo y toma la autovía en dirección sur.
Después de una hora conduciendo y de escuchar muchas historias increíbles sobre sus andanzas y sus negocios insólitos, su abuela le indico:
-Sal aquí, en la salida 34, hacia el polígono.
En ese momento, vio cómo su abuela sacaba un décimo de lotería del bolso, lo besaba, y con una sonrisa le decía:
-Mi niña esto va a ser para ti, por quererme tanto y soportarme todas mis locuras. Toma la primera a la derecha, después la segunda a la izquierda y aparca.
Sorprendentemente, allí perdido de la mano de Dios, había un banco con un nombre casi impronunciable, del cual Paula no sabía ni su existencia.
Entraron, al ver a su abuela, toda la oficina quedo en silencio, el director pego un salto de su silla. Eufórico le dio una calurosa bienvenida, y a ella la miro de arriba abajo con curiosidad.
-¡Cuánto tiempo sin verla señora Carmela! ¡Dichosos los ojos! veo que hoy viene muy bien acompañada.
-La verdad es que sí Paco, estoy muy bien acompañada, pero dejémonos de historias; quiero que la añadas a mi cuenta como titular.
En unos diez minutos la gestión estaba hecha. Fue entonces cuando su abuela saco el décimo y se lo ofreció al director. Sorprendido él lo cogió, lo comprobó, miro a Paula y negó con la cabeza, ella le hizo señas para que le siguiera la corriente, en ese momento su abuela le dio la cartilla.
-Actualízamela por favor- dijo.
El director actualizo la cartilla y se la devolvió, ella ni siquiera la miró; se levantó y salió con una sonrisa de la sucursal, de pronto le dijo a Paula:
-Espérame en el coche, que olvide decirle una cosa a Paco.
Volvió a entrar en el banco, salió a los diez minutos, y le entrego la cartilla.
-Guárdala y no le cuentes a nadie de su existencia.
Paula la metió en su bolso y se olvidó de ella.
A los quince días su abuela falleció. Un ictus dijeron.
En su soledad recordando los buenos momentos vividos con ella, Paula se acordó del viaje a aquel polígono. Entonces busco el bolso que llevaba aquel día, saco la cartilla la abrió y para su sorpresa ponía:
Titular: Paula Galindo
Autorizada: Carmela Heredia
¡Pero su abuela se llamaba Carmela Sánchez!
Miro el saldo: 350.000€ se quedó helada y sin palabras, pero con muchas preguntas para alguien que ya no podía responderle…….
Ángeles Fernández
Y nos quedan las preguntas, nos quedan. ¿Qué pasó?
ResponderEliminar¡Ostras! Me has tenido en tensión hasta el final que ya me he terminado de descolocar, jaja. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminar