La próxima parada
—Pues entonces la próxima parada es la nuestra, Pedrito.
—Pedro, mamá, por favor. Ya sabes que no me gusta…
—Porque, si la que hemos dejado atrás es Pontevedra, entonces la siguiente…
—Síííííííííí, es Santiago, la siguiente es Santiago, mamá. No te preocupes.
—Jo, se me ha hecho cortísimo, y muy cómodo en estos asientos. De verdad que esto es hacer un viaje y no como cuando vinimos tu padre y yo de luna de miel, que eso sí que fue…
—Ya me sé la historia, mamá, de verdad, que la habéis contado mil veces.
—… una locura total. Íbamos en el 127 del tío Emiliano, cargados de maletas (el juego de maletas que nos habían regalado mis padres, que ellos sí que eran generosos, y no como los suegros que me tocaron en suerte) y no te puedes imaginar lo que tardamos en hacer este mismo recorrido. Pero este mismito que estamos haciendo ahora.
—Seis horas… Tardasteis seis horas, porque parasteis a comer con la tía Enriqueta en Marín y ella se empeñó en que os llevarais unos melindres y una botella de licor café para el viaje. ¿Ves como me sé la historia entera? Y aun así te empeñas en contármela.
—Ay, por favor, Pedrito, qué desagradable te pones cuando quieres. ¿Tienes que hablarle así a tu madre? Al final yo no sé por qué has venido, si no vas a hacer más que refunfuñar todo el día. Para eso, me había cogido yo solita el Monbus y me plantaba en el Obradoiro sin molestarte lo más mínimo.
Esta cafetera parece que va a explotar en cualquier momento. Ronca y silba igual que hacía mi padre en los últimos meses, y quizá también haya que sedarla para que descanse de una vez. Sería lo mejor. Así no tendría que pasar tres días enteros con mi madre, que es como si te clavaran palillos debajo de las uñas y al mismo tiempo no dejaran de hablarte de lo que pasó hace treinta años. Con su dosis de veneno, por supuesto, que si no, no sería ella.
—Venga, mamá, déjame estudiar un poco, que así aprovecho el tiempo.
—Pues por eso te lo digo. Teniendo los exámenes tan cerca, podías haberte quedado en casa y ya hacía esto yo sola. ¿Para qué has tenido que venir, Pedrito?
Yo me hago la misma pregunta desde que la recogí en Bouzas.
—Es la primera vez que no está papá. Nunca lo has hecho sola: siempre veníais juntos. Y me preguntaba qué había de guay en una escapada a Santiago.
Sonríe y se le pierde la mirada en el ventanal. Me aprieta la mano y ya no estoy tan seguro de que esté hablando conmigo.
—Ahora todo es diferente. Yo estoy vieja y el mundo ha cambiado. Antes podías subirte a un autobús y bajarte con sesenta amigos para toda la vida, gente que no habías visto nunca y que después de compartir un viaje como este te daba su teléfono y venía a hacerte una visita por Navidad. Pero ahora metéis la cabeza en esas pantallas y no os importa el resto del mundo. ¿Y qué hago yo? ¿Con quién hablo durante dos horas?
—¿Eso es que te alegras de que haya venido?
—¡Pues claro! Yo soy tu madre, y siempre quiero que pasemos tiempo juntos. Pero tú tienes tu vida, tus estudios, tus amigas de la Uni… y no quiero molestar, Pedrito, que los viejos siempre estorbamos.
—¿Y lo de la lotería no es una excusa?
—¡Para nada! Esa lotería siempre toca. Tu padre y yo íbamos todos los años a por el décimo de la lotería de Navidad del Caudillo, que solo la venden en un bar en concreto, porque la dueña es franquista igual que nosotros. ¡Y no hay un solo año que no nos toque un pellizquito!
Respiro hondo. Ya no sé la de veces que hemos tenido esta conversación.
—Papá no era franquista. Era republicano, igual que yo, y lo sabes.
—Bueno, bueno, bueno… se hizo republicano después, cuando murió el Generalísimo, pero de joven iba a misa conmigo todos los domingos y cantaba el Cara al sol.
—Porque no le quedaba otra.
—Anda, anda… Si iba con mi padre a las cenas de Falange Española y llevaba el bigotito fino como Serrano Suñer. Y muy bien que ha vivido nuestra familia gracias a eso. Lo que pasa es que tú has idealizado a tu padre en su última época, pero él también fue joven y vivió una vida distinta.
Trago saliva.
—Es posible. Yo no lo conocí hasta mucho después, cuando llegó la democracia y se pudo expresar libremente. Me chocaría mucho ver a mi padre con todos esos falangistas… pero igual sí que lo he idealizado un poco. ¿Esta noche cenamos en el bar ese y me cuentas historias, a ver quién lleva razón?
—Claro, Pedrito. Las que quieras.
Gabriel Romero de Ávila
Qué bueno, Gabriel. Tiene muchos detalles que dejan entrever la relación de los padres, de las familias, del hijo con el padre, historia de España como sustrato de esas relaciones, y casi se nos olvida la lotería, como seguramente a ellos también, ¿no? Un abrazo.
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