Otredad

Cuéntame lo del soborno, mamá... ¿mamá, me oyes? — Juan se inclinó sobre la
madre que estaba repantigada en el sofá del tren, y la miró a través de los espejos de las
gafas de sol que ella llevaba y sus ojos cerrados se vieron desdibujados. Eso es lo que
estaba pasando, él miraba a la madre mientras se desdibujaba, se iba convirtiendo en
humo, en pasado. El ictus hizo mella en ella y se saldó fortaleciendo las obsesiones y
enturbiando los recuerdos. Despertó.

— Hola...— susurró la madre mientras miraba al rededor obnubilada.

— Mamá, vamos a la ciudad, al banco, a cobrar el billete, ¿recuerdas? — , «sus
despertares son imprevisibles», pensó Juan, — mamá, ¿sabes dónde estás? —. La
madre le miró a los ojos confusa y le preguntó que quién era, — tu hijo—, contestó Juan.
 
El cobrador de billetes entró, tras llamar al compartimento, y esta otredad les unió y la
madre le cogió las manos. — Los billetes, por favor —, Juan los entregó en silencio, el
cobrador los miró con detenimiento y los devolvió musitando: — dos paradas —, y este
impasse recompuso la situación. El cobrador se fue.

— Mamá, ¿cómo estás?, te has dormido — «ha vuelto, creo que ahora es el momento»,
caviló Juan.

— ¿Vamos a cobrar el número de lotería, hijo?

— Sí, mamá, vamos para allá, en dos paradas nos bajamos y vamos al banco, ¿tienes el
billete controlado?

La madre de pronto se sobresaltó y horrorizada le espetó a Juan:

— ¡Pero le acabas de dar el billete al cobrador!

— No mamá, no, le di los billetes del viaje, el número lo tienes tú, te lo metiste en el
sostén —, y la madre se palpó como un resorte el pecho derecho y sacó un billete, de los
del juego del monopoli y sonrió aliviada. «Este es el momento», pensó Juan, «voy a
insistir hasta que lo suelte»

— Mamá, por favor, necesito que me cuentes quién os sobornó, quién os pagó para
cambiar la licencia del terreno —. La madre miró a Juan sonriente y tras un silencio dijo:

— César, fue César Valdeolivas, me dio este billete de lotería premiado, que vamos a
cobrar ahora mismito hijo... «por fin», pensó Juan aliviado, y enseguida abandonó el
compartimiento dejando a la madre sonriendo enajenada y desde el pasillo llamó por
teléfono:

— Oye, que sí que se acuerda, la muy puta, ya sabéis, acabad con el hijo, yo la mato ya y
me bajo en la parada de Bocairent.

Toni Díaz

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