En cuerpo y alma
EN CUERPO Y ALMA
¿Qué fue lo que me atrajo de ella? ¿Fueron sus manos? ¿La luz de su gesto? ¿Fue su voz firme, pausada, poniendo orden en el grupo?
Ningún rasgo aparente le hacía destacar. Había otras manos, otros gestos, otros ojos emboscados tras los cristales oscuros de las gafas de sol. Era la combinación de todo ello lo que la hacía diferente.
Nada había en ella que resultara llamativo y, sin embargo, sus movimientos, su quietud mientras posaba para la foto despertaron en mí el deseo de conocer las entrañas ocultas de aquella mujer que, siendo tan diferente, presentí tan parecida a mí
Así pues, cual pintor callejero comencé a describir a aquella desconocida que se había quedado atrapada en mi retina más tiempo que el resto de almas que completaban el decorado
Vi claramente que no era feliz. Estaba feliz. No estaba en el centro. Era el centro.
Observé cómo quienes la rodeaban se inclinaban ligeramente hacia ella. Sin duda era el vértice de aquel puzle humano. Diríase que había aprendido a repartir el peso de la vida, harta de soportarlo sobre su redonda espalda. En el bolso apenas habría objetos inútiles, quizás una barra de labios y una pequeña brújula para no perder el norte.
Pero, no nos engañemos, hasta ahí no llega la mirada del pintor. Sus manos libres, pero no vacías eran eslabones. Unían al grupo, vidas dispersas, que hasta ayer se habían ignorado y que hoy compartirían durante un instante.
Quizás un día olvidarían sus nombres pero no a ella, la guía, amiga, capaz de despertar el humor, de romper con la timidez, de hacer soñar con otros rumbos.
Y ella lo sabía. Los trucos de la seducción. Sabía que, para la foto, nunca debía ponerse en los extremos. Nadie se fija en los extremos, salvo los radicales. Yo tomé la foto y mientras se disponían ("las mujeres primero") seguí observándola. No era alta. No era baja. No era joven. Probablemente el pañuelo que llevaba al cuello escondiera las señales que deja el paso del tiempo.
Si es cierto que hay más información en lo que ocultamos que en lo que mostramos, el cuello, los ojos ocultos de aquella mujer me decían que escondía las marcas del dolor. Así que, en mi afán de inventar un personaje con el que explicar el que yo misma soy seguí desbocando la imaginación.
No era una mujer solitaria, vivía en soledad. Hacía tiempo que no oía los pasos del marido o del amante, el sonido de las llaves al dejarlas en el mueble de la entrada, que ya nadie le hablaba de la dureza del día ni se sentaba a su lado, los ojos entornados por la fatiga o por las mentiras.
¿Es este un retrato? Es posible que en mi lienzo haya olvidado pintar a qué se dedica nuestra extraña, qué lee.
Si el buen pintor sabe cómo manejar el pincel para mostrarnos el alma del retratado no diré que sea yo pintora, ni siquiera que sea buena.
A estas alturas, estimado público (si es que lo hubiere) he de confesar que mi intención al escribir estas líneas no era lo desinteresada que pudiera parecer: describir a una desconocida, sino descubrir en ella lo que no soy, mi propio yo, inane, ese yo que huye de psicólogos y sacerdotes por miedo a que descubran la verdad .
Eva M-B
¿Qué fue lo que me atrajo de ella? ¿Fueron sus manos? ¿La luz de su gesto? ¿Fue su voz firme, pausada, poniendo orden en el grupo?
Ningún rasgo aparente le hacía destacar. Había otras manos, otros gestos, otros ojos emboscados tras los cristales oscuros de las gafas de sol. Era la combinación de todo ello lo que la hacía diferente.
Nada había en ella que resultara llamativo y, sin embargo, sus movimientos, su quietud mientras posaba para la foto despertaron en mí el deseo de conocer las entrañas ocultas de aquella mujer que, siendo tan diferente, presentí tan parecida a mí
Así pues, cual pintor callejero comencé a describir a aquella desconocida que se había quedado atrapada en mi retina más tiempo que el resto de almas que completaban el decorado
Vi claramente que no era feliz. Estaba feliz. No estaba en el centro. Era el centro.
Observé cómo quienes la rodeaban se inclinaban ligeramente hacia ella. Sin duda era el vértice de aquel puzle humano. Diríase que había aprendido a repartir el peso de la vida, harta de soportarlo sobre su redonda espalda. En el bolso apenas habría objetos inútiles, quizás una barra de labios y una pequeña brújula para no perder el norte.
Pero, no nos engañemos, hasta ahí no llega la mirada del pintor. Sus manos libres, pero no vacías eran eslabones. Unían al grupo, vidas dispersas, que hasta ayer se habían ignorado y que hoy compartirían durante un instante.
Quizás un día olvidarían sus nombres pero no a ella, la guía, amiga, capaz de despertar el humor, de romper con la timidez, de hacer soñar con otros rumbos.
Y ella lo sabía. Los trucos de la seducción. Sabía que, para la foto, nunca debía ponerse en los extremos. Nadie se fija en los extremos, salvo los radicales. Yo tomé la foto y mientras se disponían ("las mujeres primero") seguí observándola. No era alta. No era baja. No era joven. Probablemente el pañuelo que llevaba al cuello escondiera las señales que deja el paso del tiempo.
Si es cierto que hay más información en lo que ocultamos que en lo que mostramos, el cuello, los ojos ocultos de aquella mujer me decían que escondía las marcas del dolor. Así que, en mi afán de inventar un personaje con el que explicar el que yo misma soy seguí desbocando la imaginación.
No era una mujer solitaria, vivía en soledad. Hacía tiempo que no oía los pasos del marido o del amante, el sonido de las llaves al dejarlas en el mueble de la entrada, que ya nadie le hablaba de la dureza del día ni se sentaba a su lado, los ojos entornados por la fatiga o por las mentiras.
¿Es este un retrato? Es posible que en mi lienzo haya olvidado pintar a qué se dedica nuestra extraña, qué lee.
Si el buen pintor sabe cómo manejar el pincel para mostrarnos el alma del retratado no diré que sea yo pintora, ni siquiera que sea buena.
A estas alturas, estimado público (si es que lo hubiere) he de confesar que mi intención al escribir estas líneas no era lo desinteresada que pudiera parecer: describir a una desconocida, sino descubrir en ella lo que no soy, mi propio yo, inane, ese yo que huye de psicólogos y sacerdotes por miedo a que descubran la verdad .
Eva M-B
Muy bonito el retrato, invita a reflexionar sobre lo que nosotros mismos removemos en nuestro interior cuando observamos a un desconocido.
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