Infiltración
Aunque soy una mujer de mediana edad - me niego a usar expresiones tales como "segunda juventud" "nueva juventud" o "años dorados", siempre he parecido mayor a lo que soy, tampoco me ha importado. Siempre he sido una mujer risueña y algo tímida.
Con una leve cojera de la pierna derecha que nunca me ha impedido salir a pasear por el monte, caminar por la playa o jugar el la liga internacional de rugby, noooo, esto es broma, también soy muy chistosa.
Me dijeron que me infiltrara, en un club polo, de bresca, un club de lectura o en Cáritas.
Donde fueran las parejas de las personas influyentes del país, ya sabéis, grandes empresarios, jueces, propietarios de medios de comunicación; esos que dan las órdenes a los que mandan, para crear lazos, amistades, confianza. Para… bueno, ya sabes tú Carolina, para hacer mi trabajo.
Soy una mujer menuda, risueña, menuda y risueña, lo que me da una apariencia de inocente, un poco lela, confiable, en época victoriana de Londres, los nobles hubieran hablado sin tapujos de sus mayores secretos delante mía, pensando que soy inofensiva. ¡Vaya! ¡Qué casualidad! Como hacen ahora los maridos de mis "amigas del club de lectura", por las tardes hago como si no comprendo tal y cual trama de una novela lenta y vacía; por la noche, me hago la achispada en veladas soporíferas, y escucho la conversación de fondo de como se compra no sé quién y no se cuantos.
Me dijeron que me hiciera una infiltración en la rodilla, por lo de la cojera, pero lo debí entender mal y me infiltré como una Mata Hari de marca blanca, en las altas esferas de este pequeño país del sur de un archipiélago asiático.
A veces me aburro de este trabajo ¿qué le vamos a hacer?
Y sueño con volver a esa anodina oficina a teclear trascripciónes de conversaciones robadas por una tecnología que nunca entenderé, al servicio de nuestro servicio secreto. Que a tantos países ha devuelto la libertad del capitalismo, derrocando esas malvadas democracias anticonsumistas.
-¿Otra copa, señora Rosse? - me pregunta el anfitrión.
- No debería, ya me noooto algo achispada, hips – arrastro las sílabas intencionadamente y simulo estar ebria.
Sonrío, otro más que me sirve licor en la copa, mientras yo le reparto cicuta con mi sonrisa.
Tiago.
El poder de lo menudo e inocente... ¿La cicuta es metafórica o material?
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