Érase una vez un libro muy sabio
Érase una vez un libro muy sabio. Contenía todo el saber que se había recopilado hasta ese momento. Poseía todas las cualidades y valores que caracterizaban a la sabiduría en el más amplio sentido. Incluso, se actualizaba día a día con los nuevos avances en las múltiples y variadas ramas del conocimiento. En la Biblioteca Pública del pueblo había una estancia especial para él.
Allí, acudían los habitantes a leerlo cuando tenían que tomar una decisión importante y sentían las cálidas oleadas del viento de la duda, soplando alternativamente desde distintas direcciones sin detenerse en ninguna, afectando a cualquier aspecto de su existencia. Además, el libro poseía una faceta mágica asombrosa: adaptaba sus respuestas al nivel de experiencia y de crecimiento físico, psíquico y espiritual de quien lo consultaba. Uno a uno, los ciudadanos se colocaban delante de él y le exponían el tema que les preocupaba. De inmediato, hacía una especie de escaneo del "QR" del consultante y a continuación se abría por la página donde estaba la respuesta idónea. La persona salía de la biblioteca sabiendo lo que debía hacer.
En aquel lugar se hacía y ocurría lo correcto siempre. La gente creía ser feliz. En realidad, eran tediosamente felices. Algunos empezaron a sentir el aburrimiento derivado de que todo, tan acertadamente, lo resolviera el sabio libro. Era una especie de suave bruma, apenas perceptible a la vista. Un molesto y vaporoso tufillo a certeza empañaba la aparente felicidad.
Un día, un extraño personaje apareció por la aldea. Llevaba una gran maleta. Parecía pacífico. Dijo que era comerciante y solicitó permiso para mostrar su mercancía en la plaza central. Se consultó al libro, y éste, no puso ninguna objeción. A la hora convenida un grupo considerable de aldeanos se reunió para escucharle. El hombre pidió una mesa y sobre ella expuso gran cantidad de botellitas de vidrio. Llevaban una etiqueta pegada en la que se leía: "ELIXIRLA". Lo definió como un potenciador del "Libre albedrio". Aseguraba con convicción que el brebaje, solo en una semana y con un efecto para toda la vida, les haría sentir como dioses. Dueños de sus propias decisiones. El tratamiento daba un chute de energía y ayudaba a experimentar una gran satisfacción al poder decidir sobre tu vida. Subía la autoestima. Y no tenía contraindicaciones, aunque aconsejaba ser tomado por personas adultas y muy responsables. Consultaron con el libro si esto les convenía. Era un derecho básico de personas libres y responsables. La sabiduría no podía ir en contra y asintió.
Lograron convencer al comerciante que les vendiera la fórmula. Desde aquel día, todos los vecinos del pueblo tomaban el elixir cuando llegaban a una edad que se suponía que eran responsables. Eso sí, seguían consultando al libro sabio, pero la respuesta no era vinculante.
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