Noche perturbada de silencios heridos



¡Uarf uarf uarffff! Los perros ladran. Sus garras rasgan la grava suelta. ¡Gras gras gras! Miedo. ¡Piiiiiiii piiiiiii piiiiiii! El silbato corta la noche, hiere la quietud, la rompe… Uno dos tres pasos... Corro, resbalo, tropiezo. Me duele la rodilla. ¡Mierda, lerda pierna! Me levanto. ¡Maldición!


Detrás de mí, pot pot pot pot… Botas rompen el pavimento. Muchas botas en el suelo acerado y… acelerado voy. Voy. Pot pot pot pot. Adelante, el río. Negro, hondo, helado. Saltar o morir. Saltar y morir. Me han visto. ¡Dios! Me han visto...

¡Bang! ¿Un disparo? ¿Acaso el tiempo rompiendo la barrera del sonido y la furia? ¿La historia es contada por idiotas? ¿Estos idiotas que hablan a disparos? ¡Bang, bang, bang! Se clava uno en la pared, a mi lado. La pared, herida, se desmorona.

Sigo corriendo. Siento el frío en la boca, la sangre en la lengua, el sabor de la pólvora… como polvo de Vulcano. Paso, paso, paso… El pulso en la garganta. Pum, pum, pum… Mis pulmones ardiendo.

La sirena grita, las linternas barren la oscuridad. Oigo la luz arrastrarse en los muros y cristales. Me oculto. Me pego a la tapia y su silencio. ¡Shh!... ¡Shh!... Me vuelvo sombra. No respiro. No existo... Un silencio. Un respiro. ¡Ah! Un grito. "¡Ahí está!" ¿Qué hago? Salto.

El agua me recibe como un golpe de piedra. Me ahogo… Subo. Pataleo… pata pata pata… El frío muerde y arde, y el río me arrastra como ostra perdida. Oigo chapoteos tras de mí. ¡Plach! Han saltado. ¡Plach!… ¡Plach!… Todos me buscan. ¡Plach!… Ojos feroces y rojos, airosos… ¡Me buscan!

Me hundo. No debo respirar. Burbujas bullen, como murmullos de brujas quemadas, o de hadas cansadas que aletean suave como un ave. No debo existir. La corriente me lleva lejos, me roba el cuerpo… me traga el nombre y la voz… y la hoz del silencio me calla… Silencio. Nada… y nado, ligero, en las olas negras y pútridas.

Salgo del agua… toso… jadeo… Escupo el miedo, y se va río abajo, y río, leve, apenas si estiro la boca, tensada fuerte en esta loca huida. Las linternas se van, lejos… Estoy vivo. No sé cómo… pero estoy vivo. Me levanto y el cuerpo es un lastre feliz.

Me recompongo… aspiro, aassssss… aasssssss… asssssss… vuelvo a escupir, se va todo a lo negro, a la vacía noche de estrellas apagadas y ahogadas en la oscuridad sideral. Paso, paso, paso… Otra vez. Corro. Y por fin... me pierdo también en la noche y me cobijo en sus rincones.

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Santiago Manuel de la Colina

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